Desde los tiempos de Adam Smith, la Doctrina de las Letras Reales (RBD, por sus siglas en inglés) ha sido sometida a muy diversos ataques por numerosos economistas, algunos de ellos muy brillantes. En este post, vamos a examinar dos de sus críticas más habituales, tal como fueron enunciadas por dos economistas hacia los que profeso una gran admiración: Henry Thornton y Fritz Machlup. Antes que nada, sin embargo, conviene efectuar unos comentarios adicionales sobre la RBD.
Desde que David Ricardo inoculara en la ciencia económica el vicio de obsesionarse con la oferta monetaria, los economistas han tendido a conceder una extraordinaria importancia a los agregados monetarios: su crecimiento necesariamente ha de provocar o bien inflación (monetaristas) o bien distorsiones en la estructura productiva (Escuela Austriaca). En este sentido, la RBD sería o bien inflacionista (para muchos monetaristas) o bien distorsionadora (para muchos austriacos).
Sin embargo, la RBD no tiene nada de particular: en el fondo, lo único que está diciendo es que, bajo ciertas condiciones que a continuación expondré, ciertos agentes económicos pueden utilizar ciertas porciones de su patrimonio como medio de intercambio. Punto. Si desde Say todos deberíamos ser conscientes de que las mercancías se intercambian en última instancia por otras mercancías, difícilmente podemos calificar de necesariamente inflacionista o de necesariamente distorsionador el que ciertas mercancías suplementen al dinero como medio general de intercambio por otras mercancías. Que en un determinado momento se produzca más pan (porque hay una mayor demanda de pan) y el valor monetario de esa mayor oferta de pan se pueda utilizar como medio de intercambio para adquirir otros productos, no es per se inflacionista: desde luego que existe una mayor cantidad de medios de intercambio (pan), pero también una mayor oferta de bienes (pan).
Déjenme expresarlo de otro modo: en el trueque, todas las mercancías se han de intercambiar por otras mercancías, lo cual es tremendamente ineficiente (por el problema de la doble coincidencia de necesidades). Sin embargo, en una economía de trueque es evidente que no puede existir inflación: más producción se intercambia (rudimentariamente) por más producción. Con la aparición del dinero, sin embargo, se solventan parcialmente los problemas de coordinación del trueque (ya no es necesario que los intercambios tengan lugar entre personas con valoraciones inversas sobre sus mercancías) pero aparecen otros: la coordinación dista de ser perfecta (todos los intercambios tienen que efectuarse a través del cuello de botella que supone un bien considerado “dinero”) y la inflación (entendiendo como tal la pérdida de valor del dinero y el consecuente aumento de precios) comienza a ser posible cuando la oferta de dinero aumente por encima de su demanda.
Pero con el dinero no termina toda la historia de los intercambios. Una vez aparece el dinero, los intercambios a crédito a gran escala comienzan a ser posibles: los agentes pueden comprar sin pagar o vender sin cobrar y, sobre todo, pueden emplear esos derechos de cobro (obligaciones de pago) como medio de intercambio entre aquellas personas que se los acepten. A le vende a B una partida de zapatos por 10 onzas de oro y A, antes de que haya cobrado las 10 onzas, puede utilizar ese crédito contra B como medio de intercambio para adquirir televisores a C (siempre que C se lo acepte como tal, cosa que hará si la credibilidad de B es elevada, si bien por lo general lo hará exigiendo un descuento). Llegado el momento del pago, B deberá entregar las 10 onzas de oro a C (a menos que B posea derechos de cobro de 10 onzas contra C). Nada de esto es demasiado extraordinario, ni necesariamente inflacionista o distorsionador: simplemente usamos la producción presente como medio de intercambio.
Ahora bien, es verdad que una vez comenzamos a utilizar el crédito como medio de intercambio se sientan las bases para que la cosa se vaya de madre: cualquiera puede prometer aquello que no puedo cumplir, por lo que si se contamina la economía de promesas de pago que serán incumplidas, tendremos un problema. Es aquí donde entra la RBD: como uno de los principales criterios para demarcar las condiciones en las que el crédito puede utilizarse sanamente como medio de intercambio.
Lo que dice la RBD es que sólo deberían emplearse como medios de intercambio aquellas promesas de pago que estén garantizadas por bienes de consumo en alta demanda. ¿Por qué? Porque si las mercancías se intercambian por mercancías, es perfectamente posible acuñarlas por su valor monetario para que se truequen entre ellas. ¿Qué sucedería si se utilizaran como medio de intercambio promesas de pago garantizadas por bienes de consumo futuros? Pues que el receptor de esas promesas (o alguna otra persona que quisiese proporcionarle financiación a este receptor) debería estar dispuesto a esperar hasta que los bienes de consumo futuros se materializaran en bienes de consumo presentes y se vendieran, esto es, debería estar dispuesto a ahorrar. Existe, pues, una sustancial diferencia entre una promesa de pago que se autoliquida mediante la venta final de los bienes de consumo existentes que la garantizan y otra que obliga al receptor o a ahorrar (posponer su consumo) o endosarla a otros receptores que estén dispuestos a ahorrar.
En efecto, cuando se usa un crédito garantizado por bienes futuros como medio de intercambio sin que, al mismo tiempo, haya una paralela predisposición a ahorrar durante el período que tardarían esos bienes futuros en materializarse en bienes de consumo presentes, lo que estamos haciendo es, tal como describe la teoría austriaca del ciclo económico, incrementar el volumen de crédito por encima del de ahorro, lo que tenderá a provocar dos efectos: inflación (mayor poder adquisitivo que bienes) y distorsiones (expansión desacompasada de la estructura productiva). No obstante, y por los mismos motivos, cuando se usan como medios de intercambios los créditos garantizados por bienes de consumo presentes en alta demanda, no se produce desequilibrio alguno entre ahorro y crédito: simplemente se usan como medio de intercambio el valor monetario de bienes que ya existen y que son demandados por el resto de consumidores… como en el trueque.
Es el acto de que los individuos quieren dejar de ahorrar (quieren pasar a consumir) lo que permite amortizar esos créditos que han sido usados precisamente para redistribuir/intercambiar los bienes de consumo ya producidos que querían ser consumidos. Por eso un mayor intercambio basado en este tipo de créditos ni puede ser inflacionista ni distorsionador (por cierto, fijémonos que en todos estos procesos no he metido a los bancos. No son en absoluto necesarios: si hay inflación y distorsiones, las seguirá habiendo sin necesidad de que intervengan; y si no las hay, no se darán por mucho que intervengan).
Sentado esto, procedamos a analizar con más detalle las interesantes críticas de Thornton y Machlup.
Henry Thornton: el descuento ilimitado de letras
Una crítica muy frecuente contra la RBD es que sobre una partida dada de mercancías pueden girarse infinitas letras. El primero en exponerla fue Henry Thornton, así que dejemos que él mismo la exponga:
En respuesta a esta opinión, podría señalarse, en primer término, que los pagarés librados como consecuencia de una venta real de bienes no puede considerarse con absoluta certeza que por ello representen una propiedad real. Supongamos que A vende a crédito bienes por valor de 100 libras a B y acepta por ello una letra de cambio a seis meses; y que B, un mes después, vende los mismos bienes a crédito a C y recibe por ellos una letra semejante, y a su vez C, al cabo de otro mes, los vende a D, a cambio de los cuales recibe una letra similar, y así sucesivamente. Al finalizar los seis meses existirán al mismo tiempo seis letras de cambio de 100 libras cada una, y cada una de ellas puede haber sido descontada. De todas estas letras de cambio, sólo una representa unos bienes reales.
En segundo término, es evidente que el número de letras que se entregan como resultado de la venta de bienes, y que sin embargo no representan unos bienes reales, puede incrementarse mediante la ampliación del plazo de crédito otorgado por la venta de bienes. Si por ejemplo hubiéramos supuesto que el crédito otorgado tuviera un plazo de doce meses en vez de seis, el monto delas letras emitidas a raíz dela venta de bienes alcanzaría 1.200 libras en vez de 600 libras; y 1.100 libras de esas 1.200 no estarían representando una propiedad determinada.
Quede claro que, a mi juicio, Thornton es uno de los economistas monetarios más brillantes de la primera mitad del s. XIX, pero en este caso no estuvo especialmente afortunado. Supongamos que A le vende a B una partida de bienes de consumo semiterminados a cambio de una letra a 3 meses por importe de 1.000 onzas; B le vende a C esa misma partida algo más elaborada por 1.200 onzas a cambio de una letra a 2 meses; C se la vende a D a cambio de una letra de 1.500 onzas a un mes; y D la vende finalmente a los consumidores a cambio de 1.800 onzas. En apariencia, pues, sobre una partida de bienes con valor de 1.800 onzas se giran letras por importe de 3.700, más del doble. Es decir, por necesidad tendrá que haber inflación: llegarán al mercado bienes por 1.800 onzas y habrá detrás de ellos letras (o billetes de banco, fruto de descontar esas letras) por importe de 3.700. ¿Es este razonamiento correcto? No, y me sorprende que Thornton, que necesariamente conocía cómo funcionaba el mercado de letras en aquel momento, no lo comprendiera.
Veamos, A tiene un derecho de cobro contra B de 1.000 onzas. ¿Qué tiene B para pagarle? Pues después de vender las mercancías a C, sólo tiene un derecho de cobro contra C de 1.200 onzas. ¿Qué sucedería si B decidiera comprarse un televisor a E pagándole con esa letra? Pues que cuando llegara la hora de pagarle a A no tendría nada (C le pagaría la letra a E, no a B). Por tanto, por necesidad B no podrá gastar 1.000 de las 1.200 onzas que le tendrá que entregar C. Y lo mismo pasa con C: C tiene que pagar 1.200 onzas a B, ¿cómo? Cobrando 1.500 onzas de la letra que tiene contra D. Si vende esa letra, no podrá pagarle a B y caerá en suspensión de pagos: por tanto, sólo podrá endosar 300 onzas de las 1.800 que le debe D. Si nos fijamos, ¿qué valor monetario puede colocar en el mercado cada uno de los productores? A puede colocar 1.000 onzas; B puede colocar 200 (su activo es 1.200 y su pasivo a idéntico plazo son 1.000); C puede colocar 300 (su activo son 1.500 onzas y su pasivo 1.200). En total, 1.500 onzas, que es justo el valor añadido que les corresponde a cada uno en su proceso productivo: la partida de bienes se venderá por 1.800 onzas, 300 de las cuales irán para D y las otras 1.500 se repartirán en la proporción descrita entre A, B y C. Por tanto, el poder adquisitivo nuevo que llega al mercado es idéntico al valor de las nuevas mercancías fabricadas y demandadas
Siendo esta la crítica de Thornton, entenderemos que no tenga mucho sentido. No es mi intención negar que el sistema de descuento de letras pueda irse de madre (como ahora intentaré explicar), pero no por los motivos que aduce Thornton (sobre una partida de bienes pueden librarse cualesquier cantidad de letras).
Paradójicamente, esta crítica es miopemente monetarista: sólo se fija en el pasivo de los agentes sin estudiar y el activo; cuando Thornton era un economista que estudia con bastante detalle la relación que existe entre los pasivos y los activos bancarios.
Pero bueno, dejemos a Thornton y pasamos a la crítica que verdaderamente tiene sustancia: la de Machlup.
Fritz Machlup: el descuento de letras altera la estructura productiva
En Stock Market, Credit, and Capital Formation, Machlup expone diversos argumentos: primero, no todo crédito a corto plazo puede considerarse, visto dentro del conjunto de la estructura de capital de una economía, como inversión a corto plazo, pues el capital circulante de unas empresas puede ser capital inmovilizado de otras (la maquinaria ya producida que vende una compañía puede ser el equipo de capital de sus clientes). Segundo, aun cuando el crédito a corto plazo se limite a financiar la distribución de bienes de consumo líquidos, las industrias de bienes de consumo verán cómo sus necesidades de mantener caja en tesorería se reducen, de manera que podrán destinar esa caja extraordinaria a acometer rentables inversiones a largo plazo, estirando la estructura productiva (volviéndola más intensiva en capital).
La primera de las objeciones de Machlup es totalmente válida: muchos defensores de la RBD habían simplificado en exceso diciendo que las letras giradas contra el activo corriente de una empresa serían circulan como medio de pago líquido. Y no: sólo aquellas promesas de pago colateralizadas por bienes de consumo en alta demanda (es decir, por el activo corriente de las industrias de bienes de conjunto que, a la sazón, es el activo corriente del conjunto de la estructura productiva) pueden servir como respaldo de promesas de pago genuinamente autoliquidables. Mas, ciertamente, esta crítica de Machlup no tiene demasiado recorrido: el propio Adam Smith tenía bien claro que sólo los bienes de consumo podían ser monetizados.
La segunda objeción, sin embargo, sí tiene una mayor enjundia. Los intercambios a crédito permiten, en efecto, reducir la caja que los agentes económicos necesitan tener atesorada para realizar sus compras (lo que Keynes llamaba “demanda por motivo de transacción”). Esto tampoco es ninguna novedad y ya Cantillon (antes incluso que Smith) era consciente del proceso económico que tenía lugar: la rapidez de circulación del dinero se acelera y gracias a ello tienen lugar un mayor número de intercambios con una menor cantidad de dinero. Ahora bien, si con la aparición súbita de los intercambios a través de promesas de pago parte del dinero atesorado por los agentes se vuelve redundante, ¿qué hacer con él? Dejando de lado que probablemente estemos ante un “experimento social” (los pagos a crédito no aparecen todos de repente y superpuestos a una economía monetaria, sino que evolucionan en paralelo a la misma e, incluso, en muchos casos son anteriores a la aparición del dinero), la pregunta sí es pertinente.
Adam Smith pensaba que ese oro redundante o bien se desmonetizaría (sería empleados en la joyería, por ejemplo) o se exportaría a economías con sistemas monetarios menos desarrollados (es decir, sistemas donde los pagos a crédito son menos frecuentes y donde, por tanto, el oro tiene un mayor valor) a cambio de la importación de bienes de consumo o de inversión. Sin embargo, existe otra posibilidad, que es la que parcialmente destaca Machlup, ¿y si ese oro redundante se dirige a la inversión interna (vía reducción de los tipos de interés en el mercado de capitales, verbigracia)?
A efectos prácticos, no estamos ante otra cosa que una reedición de los famosos Efectos Cantillon, que a su vez son un caso particular de una problemática mucho más general: cómo afectan los cambios en el valor del dinero (en su oferta y demanda) a la coordinación intertemporal de los agentes económicos. La Escuela Austriaca ha destacado que un aumento de la oferta de dinero puede dar lugar a una reducción artificial del tipo de interés (artificial por cuanto no ha habido un cambio en la preferencia temporal de los agentes pero, temporalmente, si se reduce el tipo de interés), de manera que, incluso en un patrón oro 100% metálico, podría dar lugar a distorsiones en la estructura productiva (si el dinero de nueva producción se filtra al mercado financiero). Uno podría pensar, entonces, que la solución pasa por imponer un sistema monetario donde la cantidad de dinero sea constante; el problema es que no existe tal cosa como “la cantidad de dinero”. Los cambios en la demanda de dinero suponen también cambios en la oferta de dinero que efectivamente llega al mercado, de modo que si, por ejemplo, tenemos un aumento de la demanda de dinero (del atesoramiento de dinero), asistiremos a una reducción de la “oferta de dinero” que llega al mercado y, por tanto, a una tendencia a que caigan los precios. En tal caso, podría darse (exactamente por los mismos motivos que en el caso anterior) un incremento artificial de los tipos de interés (si es que la escasez transitoria de dinero se compensa con retiradas del mercado financiero) que daría lugar a una contracción económica. Cito a Mises:
Cash-induced changes in the money relation can under certain circumstances affect the loan market before they affect the prices of commodities and of labor. The increase or decrease in the supply of money (in the broader sense) increases or decreases the supply of money offered on the loan market and thereby lower or raise the gross market rate of interest although no change in the rate of originary interest has taken place. If this happens, the market rate deviates from the height which the state of originary interest and the supply of capital goods available for production would require. Then the market rate of interest fails to fulfill the function it plays in guiding entrepreneurial decisions. It frustrates the entrepreneur’s calculation and diverts his actions from those lines in which they would in the best possible way satisfy the most urgent needs of the consumers.
En realidad, la explicación de Mises podría refinarse si, en lugar de hablar de “el tipo de interés” (una entelequia teórica), habláramos de los distintos tipos de interés de plazo muy distinto. Pero, en cualquier caso nos sirve: un aumento de la oferta de dinero tenderá a reducir a corto plazo los tipos de interés y una reducción de la oferta (o su equivalente, aumento de la demanda) tenderá a incrementarlos.
Dicho de otra manera: todo sistema monetario lleva aparejado en mayor o menor medida este tipo de problemas descritos por Machlup. No podemos construir un sistema monetario donde los cambios en la oferta y en la demanda de dinero (en las posiciones de liquidez de los agentes, en definitiva) no afectan a la estructura de tipos de interés y, por consiguiente, sean susceptibles de alterar la coordinación intertemporal. La cuestión pasa a ser, entonces, qué sistema monetario minimiza estos desajustes.
Un sistema totalmente metálico es un sistema sujeto a fuertes variaciones cortoplacistas en la demanda de dinero que no se ven atendidas con aumentos transitorios en su oferta, sino con fluctuaciones en los tipos de interés (pensemos en el atesoramiento estacional de dinero dirigido a efectuar las compras de Navidad, por ejemplo). Para quienes estamos acostumbrados a la descripción de la estructura productiva siguiendo los triángulos hayekianos puede ser algo complicado de entender, pues allí todos los pagos están perfectamente sincronizados (todas las etapas cobran y pagan todas sus rentas al cabo de un año). Bueno, en realidad es que en los triángulos hayekianos no se explicitan los movimientos de efectivo ni los saldos de tesorería de los agentes: simplemente se contienen movimientos de bienes por su valor monetario (de hecho, podríamos eliminar el dinero del esquema, y todo quedaría igual). Pero un ejemplo de movimientos de efectivo y de saldos de tesorería podría ser el siguiente:
- Comienzo del año 1: Los consumidores tienen y atesoran 100 onzas de oro.
- Final del año 1: Los consumidores gastan las 100 onzas de oro en comprar la producción de la 5ª etapa, que a su vez destina 80 onzas de oro a comprar la producción de la 4ª etapa y 20 a pagar salarios y dividendos. La cuarta etapa hace lo propio hasta llegar a la primera.
- Comienzo del año 2: Los consumidores (trabajadores y accionistas) tienen y atesoran 100 onzas de oro.
- Final del año 2: Se repite el proceso del año 1.
En este simple esquema, pues, momento de producción, de consumo y de cobro coinciden. En breve vamos a complicarlo un poco para comprender los problemas que pueden surgir. Pero ya de entrada es interesante fijarse en que el problema que le atribuye Machlup a la RBD se puede generar también en esta misma economía. Los consumidores disponen de tesorería desde el 1 de enero al 31 de diciembre. ¿Qué les impide en el ínterin prestar esa tesorería al mercado de capitales, reducir los tipos de interés y proceder a un alargamiento de la estructura productiva (creando nuevas etapas) durante ese año? Así, a priori, nada. Si no lo hacen (si no generan un miniciclo económico de un año de duración) es por otros motivos. Ahora bien, es verdad que un miniclico económico da para poco; a continuación voy a explicar cómo la introducción de los pagos a crédito, necesarios cuando no hay perfecta equivalencia de todos los cobros y producciones, permite extender enormemente este proceso de gestación de los ciclos (repito: sin necesidad de meter a los bancos en la ecuación).
En un mundo donde todos los procesos productivos no duran lo mismo y donde los períodos de cobro son muy distintos, los intercambios de mercancías tienden a no coincidir con los intercambios de dinero (en contabilidad la diferencia es clara: el devengo no es el cobro). Supongamos que la producción de la tercera etapa es de un tipo que se estropea cada trimestre, motivo por el cual cada trimestre ha de vendérsela a los productores de la cuarta etapa (por el equivalente a 15 onzas cada trimestre) para que la transformen en su propia mercancía más duradera. Y supongamos, además, que los consumidores efectúan sus compras con el siguiente esquema: 0 onzas en el primer trimestre, 0 onzas en el segundo, 75 en el tercero y 25 en el cuarto. El resto de etapas sigue produciendo, vendiendo y pagando al final del año.
Pues aquí ya nos topamos con un problema. Los productores de la 4ª etapa tienen unas necesidades de caja de 45 onzas antes de que termine el año y los consumidores de 75, pero sólo hay 100 onzas en toda la economía. Alguien se quedará sin pagar. Por ejemplo, supongamos que los consumidores comienzan el año con unos saldos iniciales de tesorería de 75 y los productores de la 4ª etapa con 25. Lo que sucederá trimestre a trimestre será lo siguiente:
Saldos de tesorería de los consumidores | Saldos de tesorería de la 4ª etapa | Saldos de tesorería de la 3ª etapa | |
Situación inicial | 75 | 25 | 0 |
Final primer trimestre | 75 | 10 | 15 |
Final segundo trimestre | 75 | No puede pagar todo | 25 |
Final tercer trimestre | 0 | No puede pagar nada | 25 |
Es evidente que aquí hay un problema que toca solucionar. La manera más salvaje de hacerlo es forzando una corrección a la baja del 20% en todos los precios. De este modo, los consumidores sólo tendrán una necesidad de caja de 62,5 unidades y los productores de la 4ª etapa de 37,5, bastando las 100 onzas para abastecerles. Pero fijémonos en que tendremos que ajustar todos los precios de toda la economía a la vez para que se mantengan los precios relativos y no se produzcan cambios reales en los patrones de producción por efectos meramente monetarios (lo que viene siendo el ciclo económico, vamos), algo que no será en absoluto sencillo (hay precios que son bastante fijos durante bastante tiempo). Además, si por cualquier motivo esta distribución de los pagos se modifica y volvemos al esquema donde al final de cada año se efectúan todos los pagos, lo que tendremos es que los precios tendrán que volver a subir todos (pues se pagarán 100 onzas por los bienes de consumo y, a partir de ahí, se determinarán todos los demás precios).
Aunque el resultado pueda parecer extraño, no lo es en absoluto: es una simple influencia de la demanda de dinero (de la velocidad de circulación del dinero) sobre los precios. Si la demanda de dinero de los agentes se vuelve más intensa (desean atesorar 120 onzas, habiendo sólo 100), la tendencia será hacia la deflación generalizada (hasta que el poder adquisitivo de 100 onzas equivalga al de 120 antes; si fuera menos intensa, habría subidas de precios (si todos los pagos fueran semestrales y los consumidores sólo necesitaran 50 onzas de tesorería, la puja semestral por la mitad de la producción sería de 100 onzas, con lo que los precios se duplicarían)
Como vemos, las variaciones en la demanda de dinero tienen efectos potentísimos sobre el nivel de precios y cambiar todos los precios de manera coordinada a la vez es muy problemático (si hay cambios descoordinados en los precios, también habrá ciclo económico), sobre todo si estos cambios de la demanda son cosa de meses. Y tengamos presente que sólo estamos considerando cambios extremadamente rudimentarios de la demanda en un modelo teórico extremadamente simplificado (donde ni siquiera existen bienes de capital fijos ni incertidumbre). En un modelo más realista, los desajustes de flujos de producción y de los flujos monetarios no sólo serían mucho más comunes e inconvenientes, sino que también fluctuarían con mucha más frecuencia. La cuestión, pues, es que solución flexible hallamos a este problema que no pase por cambios en todos los precios. Y básicamente hay dos: que los vendedores no cobren de inmediato al transferir sus mercancías (ventas a crédito) o que los compradores pidan prestados los saldos de tesorería a quienes los tengan (préstamos para pagar al contado); en el cuadro anterior, los productores de la 4ª etapa podrían haberse quedado pendientes de pagar a la 3ª etapa o podrían haber pedido un préstamo a los consumidores para hacerlo. Es decir, o exigimos que todos los pagos sean al contado (en cuyo caso, el productor de la 4ª etapa tendrá que pedir prestado el dinero para pagar en efectivo) o admitimos los pagos a crédito (es decir, que el productor de la 3ª etapa se quede pendiente de cobro).
Si exigimos que todos los pagos sean al contado, entonces es cuando se produce el aumento de los tipos de interés del que hablaba Mises. El productor de la 4ª etapa puede pedir prestada la tesorería allí donde la encuentre (en el segundo trimestre, por ejemplo, a los consumidores o incluso al productor de la tercera etapa), de modo habrá un incremento del tipo de interés del dinero a menos de un año (del 0%, por falta de demanda hasta entonces, al X%), que se traducirá en un menor precio recibido por el productor de la 3ª etapa (en concepto de pronto pago: el precio máximo que pagará el productor de la 4ª por la mercancía de 3ª será de 60); pero, ¿para qué quiere el productor de la 3ª etapa pagar intereses por la tesorería si no la va a utilizar en nada? Para nada (en un mundo sin incertidumbre como el de la economía de giro uniforme, claro está; luego meteremos la incertidumbre en el análisis). Si lo hiciera, inevitablemente tendría que minorar su inversión en la 3ª etapa (mayores costes, menor rentabilidad, menor inversión). De ahí que lo lógico sea recurrir a un pago aplazado: el productor de la 4ª etapa se le queda a deber, a final de año, el pago a 3ª.
Ahora bien, cuando admitimos la posibilidad de los pagos aplazados (o a crédito), los peligros que Machlup atribuye a la RBD –y que habíamos demostrado que pueden suceder de manera atemperada en una economía 100% metálica– ya pueden reproducirse a casi cualquier escala. Imaginemos que los consumidores invierten sus saldos de tesorería en el mercado de capitales, reducen los tipos de interés y pasa a ser rentable crear unas 8ª, 7ª y 6ª etapas (sobrepujando por parte de los factores productivos de la 1ª, 2ª y3ª). Si todos los pagos son en metálico, al final del primer año tendrán que declararse en bancarrota (no tendrán dinero para consumir). Si los pagos son a crédito, sin embargo, los productores de la 5ª etapa les pueden aplazar el momento del pago a los consumidores, y a su vez los productores de la 4ª pueden aplazarles el momento del pago a los de la 5ª, etc. Al final, pues, nada impide que, como la producción no sólo es sincrónica sino diacrónica, los bienes de consumo sigan llegando a los consumidores durante tres años, mientras que, por otro lado, se vaya alargando insosteniblemente la producción (8ª, 7ª y 6ª etapas) financiada con los saldos de tesorería de los consumidores. Tenemos un ciclo derivado de un descalce de plazos considerable (los consumidores invierten a mayor plazo del que están dispuestos a posponer su consumo).
En definitiva: si los pagos a crédito no están permitidos, los cambios en las posiciones de tesorería de los agentes traerán o caídas descoordinadas de precios o aumentos contractivos de los tipos de interés (amén de que seguiría siendo posible generar miniciclos económicos). Permitiendo los pagos a crédito, estos problemas se solventan, pero a costa de poder alargar enormemente los ciclos. Notemos que no he metido ni al descuento de letras ni a los bancos en la ecuación. Por tanto, son problemas independientes al descalce de plazos como causa fundamental del ciclo (que puede darse sin letras y sin bancos). De hecho, las letras o los bancos serán distorsionadores en la medida en que convaliden o potencien los procesos descoordinadores que acabamos de describir, no por otros motivos.
Ahora bien, siendo todo eso así, ¿para qué sirve el descuento de letras o, mejor dicho, el endoso de promesas de pago siguiendo los parámetros de la RBD? Pues para dos cosas. La primera: supongamos que hay un pico de demanda de bienes de consumo que los productores de bienes de consumo (5ª etapa) pueden satisfacer contratando durante más horas a sus trabajadores (horas extra). Si asumimos que los consumidores tienen sólo 100 onzas de oro, ¿qué debería suceder con el precio de esa producción extra? Como sólo podrían intercambiarse todos los bienes de consumo por 100 onzas de oro, el precio unitario tendría que caer. Pero si el precio unitario de los bienes de consumo cae, también tendría que hacerlo el salario unitario de esa industria (recordemos, la preferencia temporal no ha caído, por lo que el retorno sobre el capital ha de ser el mismo) y, a su vez, el de todas las demás (el salario real de las otras cuatro etapas no puede ser superior al de la primera, si no habría una redistribución de trabajadores). Por consiguiente, tenemos que un simple pico transitorio de producción y de demanda da lugar a una reorganización sistémica de precios: el mismo carajal potencialmente disruptivo del que hablábamos antes y que conviene evitar.
¿Hay alternativa? Sí. ¿Qué sucede si a los trabajadores de la industria de bienes de consumo se les paga con promesas de pago? Pues que podrán emplear esas promesas de pago en adquirir la nueva producción (y como las promesas regresarán a su emisor, se extinguirán una vez vendida la nueva mercancía): los precios no se reducirán y el mercado se vaciará. Por tanto, la primera utilidad es lo que la Escuela Bancaria denominaba “ajustarse a las necesidades del comercio”: en un mundo con producciones y demandas muy potencialmente fluctuantes (no estamos en una economía de ciclo uniforme) necesitamos un sistema de pagos flexibles que no fuerce cambios descoordinadores del conjunto de precios. Ahora bien, lo que no debería suceder es que esas promesas de pago se giren contra la producción extraordinaria de la 2ª etapa, por ejemplo: en tal caso, se está creando un poder adquisitivo presente contra una producción de bienes de capital que no son bienes de consumo presentes; esto es, está habiendo un descalce de plazos (no todos los consumidores pueden consumir todos sus saldos de caja: alguien tendrá que ahorrar para que esa emisión de promesas contra bienes de capital no sea inflacionista; esto es, entramos de lleno en la doctrina del ahorro forzoso de la Escuela Austriaca). Y eso es justo lo que indica la RBD: que sólo se han de descontar promesas contra bienes de consumo en alta demanda.
La segunda función del endoso de letras: en momentos de muy elevada incertidumbre, los agentes atesoran dinero (lo que Keynes llamaba “demanda de dinero por motivo de precaución”). Si se atesora dinero, como bien ha comprendido Hülsmann (y como hace décadas ya descubrió Jacques Rueff), se desata una tendencia a producir dinero (los precios caen y la producción de dinero pasa a ser rentable). Sucede, sin embargo, que la producción de dinero es poco elástica (precisamente por eso es dinero: porque no puede producirse a gran escala), por lo que en esos momentos suele ser conveniente producir sustitutos del dinero; por ejemplo, promesas de pago de oro. Ahora bien, toda promesa de pago tiene algún respaldo (o, lo que es lo mismo, toda promesa de pago proporciona financiación a algún agente), por consiguiente la cuestión a resolver es: ¿qué respaldos pueden tener esas promesas que actúan como sustitutos del dinero (o qué proyectos pueden financiar)? Obviamente, si los agentes atesoran dinero es porque quieren mantenerse líquidos, por tanto las promesas de pago de nueva creación no pueden acentuar ni la iliquidez de los agentes ni la del sistema: de ahí que, según la RBD, sólo deban emplearse como crédito circulante (endoso de promesas de pago) aquellas que sean autoliquidables, esto es, aquellas que tengan detrás bienes de consumo en alta demanda (a cuyas industrias se dirigirán los trabajadores parados) y de cuya venta se siga la extinción de la promesa de pago. Eso es lo que permite que, cuando los agentes dejen de atesorar, las promesas desaparezcan y los recursos puedan trasladarse desde las industrias de consumo a aquellas otras donde los agentes deseen invertir.
En definitiva, una economía sin pagos a crédito es una economía extremadamente rígida y, ni siquiera así, exenta de ciclos económicos. Una economía con pagos aplazados ya abre la puerta a ciclos a gran escala (la teoría austriaca del ciclo económico es, en última instancia, una teoría de las mala coordinación intertemporal por manipulaciones del crédito), haya o no haya promesas de pago endosables en sus distintas formas (cheques, letras, pagarés…). Y abre la puerta simplemente porque los agentes pueden coordinarse transitoriamente de modos inconsistentes con sus fines futuros: pueden aplazar los pagos al tiempo que invierten a largo plazo su tesorería, distorsionando la estructura productiva. En este sentido, la RBD es sólo una regla útil para que no se abuse de esos pagos a crédito a la vista o a corto plazo, pero tampoco es la limitación absoluta, pues esos desajustes temporales (¡o de riesgos!) pueden darse sin necesidad con otros plazos temporales (por ejemplo, aplazando el pago del consumo durante dos años para comenzar a invertir a 20 años).
Conclusión
Uno de los muchos libros que tengo pendientes escribir es el de una defensa de la RBD contra todas las críticas a las que históricamente ha sido sometida. Aquí esbozo la respuesta a dos de las críticas más populares. Como casi siempre, toda crítica tiene algún poso de verdad, algún elemento sobre el que se construye y que la vuelve verosímil. Sin embargo, es tarea de los economistas desentrañar cuáles son los errores de razonamiento que se esconden en los pasos subsiguientes. Mi propósito con este artículo, claro está, no es el de demostrar que el descuento y endoso de letras, siguiendo los parámetros de la RBD, no adolezca de absolutamente ningún problema, sino tan sólo exponer que las críticas de Thornton y de Machlup, por sólidas que puedan aparentar ser, o se basan en la incomprensión del mecanismo subyacente a la circulación de las letras (Thornton) o focalizan en el caso de las letras una problemática mucho más general como es la coordinación intertemporal vía pagos a crédito (Machlup). Ni uno ni otro son, pues, verdaderas razones para abandonar la RBD como uno de los criterios rectores del sistema de pagos de una economía.