Elegir no elegir

El filósofo escocés Alasdair MacIntyre —pensador por otro lado totalmente alejado de cualquier atisbo de liberalismo— es un defensor radical de la abstención activa cuando las opciones electorales a las que se enfrenta el votante son todas ellas profundamente inaceptables. Su promoción de la abstención activa no es sólo estratégica, sino sobre todo moral: escoger el mal menor en lugar de rechazar frontalmente la imposición de elección maniquea supone convalidar el derecho a que nos limiten el rango de elección a solo malas opciones. En palabras del propio MacIntyre: “Cuando nos piden elegir entre dos alternativas políticamente inadmisibles, es importante que no escojamos ninguna de ellas. Y cuando esa restrictiva disyuntiva se nos presenta en el debate público excluyendo otras posibilidades, se convierte en un deber moral que abandonemos esos debates y que nos resistamos a la imposición de ese falso dilema por parte de aquellos que se han arrogado el poder de limitar nuestras alternativas”.

El escocés escribió tan exquisita reflexión en 2004, durante las elecciones presidenciales de EEUU entre George W. Bush y John Kerry, pero sirve —y con mucho más motivo— para los venideros comicios del 8 de noviembre entre Hillary Clinton y Donald Trump. Clinton es una egregia representante del corrupto establishment castuzo con fuertes conexiones y servidumbres hacia los lobbies que la han aupado financiera y políticamente al poder: su programa pasa por continuar recortando las libertades civiles y económicas de los estadounidenses y por mantener una agenda militarmente agresiva hacia el resto del mundo. Trump es un empresario clientelar que se ha aprovechado de todos los resortes del Estado a su disposición para medrar económicamente y que ha fundamentado su campaña electoral en el populismo nacionalista, esto es, en alimentar los más bajos instintos xenófobos, autárquicos y globalofóbicos de los ciudadanos estadounidenses: su programa pasa por elevar aún más las fronteras, por reforzar el proteccionismo exterior, por estigmatizar (y expulsar) a los inmigrantes no autorizados y por desplegar toda una sucesión de medidas contradictorias e irrealizables (como su reforma fiscal, financiada mediante la emisión de deuda pública) cuyo único elemento aglutinador es una fe ciega es su liderazgo caudillista. Dos malas, indignas y liberticidas opciones ante cuya dicotómica imposición habría que optar por una tercera: rebelarse. Un sistema que sólo permite escoger entre dos candidatos como Trump o Clinton es un sistema que está roto desde su misma base.

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