España sí es Portugal

Todo empezó con que Irlanda no era Grecia, siguió con que Portugal no era Irlanda y ahora nos toca oír la cantinela de que España no es Portugal. Bueno, tal vez, pero ignoro qué hay de tranquilizador en ese mensaje; a la postre, tanto Grecia como Irlanda y Portugal han seguido el mismo camino: bancarrota seguida de rescate bruselense. ¿Importaba algo que no fueran lo mismo? No. Entonces, ¿por qué pensar que España está a salvo del desastre? Mas antes de escrutar el futuro, mejor empezamos echándole una mirada al pasado.
Por mucho que los socialistas de todos los partidos se empeñen en que la crisis actual se ha debido al turbocapitalismo desrregulado, la realidad es que la depresión ha sido provocada por un torrente de crédito artificialmente abaratado que los bancos centrales –monopolios estatales de la emisión de dinero– introdujeron a machamartillo en el mercado. En Europa padecimos lo nuestro con el Banco Central Europeo (BCE): el mismo Trichet que hoy amenaza con subir los tipos de interés no tuvo ningún remordimiento en colocarlos al 2% entre 2003 y 2006 para que la gente se sobreendeudara.
Esta orgía de crédito se distribuyó de manera desigual por los distintos barrios nacionales. A nosotros nos tocó una de las peores partes: la burbuja del ladrillo que absorbió (y dilapidó) en zarandajas seseñeras varias la mayor parte de nuestras fuerzas productivas; despropósito financiado todo él merced a una milmillonaria (y parcialmente impagable) deuda de familias y promotores que ahora amenaza con la quiebra de nuestros bancos y cajas.
Grecia, por su parte, aprovechó el endeudamiento barato del BCE para construir su propio parque temático socialista. El Estado heleno, ni corto ni perezoso a la hora de gastar el dinero de los bisnietos de sus contribuyentes, aprovechó para incurrir en escalofriantes déficits anuales de entre el 5% y el 7% del PIB. Y eso que los hombros de los sufridos griegos ya cargaban por aquel entonces con una deuda pública del 100% del PIB.
Por lo que respecta a Irlanda, el país aprovechó el barato e insostenible crédito del BCE no sólo para sufragar una burbuja inmobiliaria un tanto más chica que la española, sino también para construir una megalómana industria bancaria cuyas deudas llegaron a ser ocho veces mayores a su PIB. Irrescatable, claro: quebró la banca y quebró el Estado.
Y con esas llegamos a nuestro vecino Portugal. Lo tragicómico de su economía es que no usó el crédito barato para pegar ningún pelozato: ni las constructoras ni el Estado ni los bancos medraron significativamente a costa de la inflación crediticia del BCE. Al contrario, Portugal aprovechó los años del boom económico para evitar su muy necesaria reestructuración. Sin lujos, sin incienso, sin grandes proyectos faraónicos: sólo quiso conservar un poquito más su mediocre pero insostenible nivel de vida sin realizar las reformas liberalizadoras que necesitaba para volver a generar riqueza.
Fíjense: entre 2002 y 2007, el PIB luso apenas creció un 6% (el español, el irlandés o el griego lo hicieron, sobre pies de barro eso sí, un 22%, un 37% y un 27% respectivamente), el paro se duplicó del 4% al 8% (el español se redujo del 11% al 8%, el griego del 11% al 8% y el irlandés se mantuvo en el 4%) y la recaudación tributaria aumentó un 35% (en Grecia un 50% y en España e Irlanda un 70%).
Es decir, la burbuja crediticia internacional le permitió a Portugal vivir de prestado durante un lustro entero. Familias, empresas y Estado, todos ellos, debían ajustar transitoriamente sus estándares de vida para, como sí hizo Alemania durante esos años, recomponer su tejido productivo. No había otra: desde que muere lo viejo hasta que nace lo nuevo ha de pasar un tiempo durante el que hay que apretarse el cinturón. Pero Portugal, muy en especial una clase política tan mediocre como la nuestra, no quiso transitar ese camino, así que cuando se les acabó el crédito barato, todo el chiringuito se vino abajo.
Pues bien, ¿es España Portugal? Por supuesto no son idénticos, pero sí guardan ciertos rasgos en común. De hecho, el drama de nuestro país es que constituye un explosivo cóctel de Grecia, Irlanda y Portugal.
Nada más estallar la crisis nos parecíamos mucho a Irlanda: un sistema bancario hipertrofiado y volcado en una aún más hipertrofiada construcción. A los pocos meses, a estos síntomas irlandeses les añadimos otros importados de Grecia: las cuentas públicas, que hasta aquel momento no eran desastrosas, fueron emitiendo más y más deuda, lo que ha ido acrecentando las dudas sobre nuestra solvencia. Y ahora, a los tres años de comenzar la crisis, sin un solo reajuste hecho y con el paro casi al 25%, nos vamos pareciendo a Portugal: una economía que vive de prestado, que se niega a cambiar y que va degenerando poco a poco hasta el colapso.
El drama es ese; la esperanza, que las soluciones son muy claras: privatización sin medias tintas de la banca para combatir el mal irlandés, austeridad presupuestaria draconiana contra el mal griego y liberalización de los mercados para vencer el mal portugués. ¿Se atreverá alguien a coger el toro por los cuernos?

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