Exponer el dolor

Suele decirse que una imagen vale más que mil palabras. También para exponer y para adquirir conciencia sobre el dolor. Los terribles atentados islamistas en Barcelona nos han golpeado de lleno a todos los que valoramos el (tristemente cercenado) potencial de cualquier vida humana para florecer y desarrollarse; nos han golpeado también a aquellos que, por una razón o por otra, sentimos un afecto especial hacia Barcelona y hacia sus gentes; y nos han golpeado, en definitiva, a cuantos somos conscientes de que el objetivo de tales atentados también éramos cualquiera de nosotros. El relato de la tragedia es suficiente para que cualquier persona con emociones y con una moralidad ordenada sienta angustia y pesadumbre en sus propias carnes. Pero el relato no basta para que adquiramos una perspectiva fidedigna del terror verdaderamente ocurrido en la ciudad y para que empaticemos completamente con quienes lo sufrieron: con su dolor, con su desesperación, con su rabia y con sus miedos. Es verdad que tampoco las imágenes del atentado son capaces de imbuirnos de lleno en tan horrorosa experiencia, pero al menos sí nos aproximan más a ella que las planas palabras. No se trata de publicar imágenes o vídeos para saciar ninguna curiosidad morbosa, sino para adquirir conciencia de lo allí sucedido. Quienes apuestan por ocultar todo material audiovisual sobre el atentado islamista en Barcelona están apostando por ocultar la ventana más directa de la que disponen millones de personas para acercarse a las víctimas y a sus familias: para empatizar más con el inenarrable trauma que han padecido.

Evidentemente, la exposición de imágenes y de vídeos debe hacerse con sentido común, sobre todo en una primera etapa: es crucial no entorpecer la labor policial de detención de los terroristas y también lo es evitar generar a los familiares dudas innecesarias sobre la posible identidad de las víctimas. Es ahí donde entra la responsabilidad de cada individuo y la ética profesional de cada periodista: el deber de filtrar qué imágenes y vídeos no han de publicarse tempranamente con la finalidad de prevenir males mayores (o publicarlos sólo con las pertinentes cautelas técnicas que garanticen el anonimato). Pero más allá de tan elementales precauciones, el dolor causado por el terror no debe esconderse: nos aproxima a las víctimas y nos permite entender mejor la devastadora magnitud de la amenaza a la que nos enfrentamos. El secuestro de imágenes y vídeos es solo una injustificable forma de manipulación emocional paternalista.

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