Fisking al broteverdismo montoriano

Cristóbal Montoro ofreció el pasado viernes 6 de septiembre una charla-mitin en la Escuela de Verano del Partido Popular, celebrada en Gandía. El ministro de Hacienda expuso uno tras otro los motivos por los que, a su juicio, debíamos ser optimistas con respecto a la evolución de la economía española. El único problema es que, en el fragor del entusiasmo autocomplaciente, distorsionó un poquitín la realidad. Veámoslo a través de algunas citas textuales pronunciadas en el evento.

“La posición que estamos viviendo en este momento es una posición inédita: nunca un país con un tipo de cambio fijo –nuestra moneda es el euro– había conseguido un superávit por cuenta corriente de casi un 3%”.

Alemania cerró 2012 con un superávit por cuenta corriente no de “casi un 3%” sino de más de un 7%. El nuestro, pues, no es demasiado inédito. Claro que quizá Montoro se refería a que ningún país con un tipo de cambio fijo ha logrado pasar de un déficit exterior del 10% (el que tenía España en 2007) a un superávit del 3%. Al cabo, Alemania lleva varios años cómodamente instalada en un superávit exterior del 7%.
Pero tampoco esto último es cierto. Los países bálticos, con tipos de cambio fijos con el euro, fueron mucho más allá. Por ejemplo, Letonia exhibía en 2007 un déficit exterior del 22% del PIB y en 2009 cosechó un superávit del 8%. Vamos, que el ajuste exterior de Letonia fue de 30 puntos del PIB en dos años y no de 13 puntos en seis años como ha hecho España. Proeza inédita, pues, tampoco.

“Entramos en la crisis por la deuda externa y estamos saliendo por la amortización de deuda. Eso es salir de la crisis y eso necesita obviamente un margen, necesita un tiempo. Pero está dando la vuelta a una velocidad fuera de todo pronóstico”.

Técnicamente es cierto: uno de los motivos por los que entramos en la crisis fue sobreendeudarnos con el exterior y desde luego no saldremos de la misma hasta que nos desapalanquemos apreciablemente. Siendo el superávit exterior la primera piedra del desendeudamiento exterior, acaso Montoro tenga algo de razón. Mas convendría poner en perspectiva el triunfalismo del ministro de Hacienda: entre 2001 y 2011, España se endeudó con el exterior en 750.000 millones de euros; este año, en el mejor de los casos, amortizaremos 30.000 millones. Es decir, al ritmo actual tardaremos 25 años en volver a los niveles de 2001. Ya nos advierte Montoro de que necesitaremos “un tiempo”. Desde luego.

“Estamos financiando al Tesoro púbico en unas condiciones inéditas puesto que los tipos de interés están en niveles históricamente bajos. Y por tanto esa financiación es cómo empapar a la economía”.

No es verdad que las condiciones de financiación sean inéditas. Ahora mismo, la prima de riesgo de España se ubica en 250 puntos básicos y su tipo de interés a 10 años en el 4,5%. En 2009, la prima de riesgo se hallaba por debajo de los 100 puntos y el tipo de interés por debajo del 4%. Es más, el tipo de interés en mayo de 2010, momento en el que Zapatero tuvo que aprobar su célebre tijeretazo ante la cerrazón de los mercados financieros, era del 4,08%. Más bajo que ahora. Por consiguiente, nada nos blinda de repetir un mayo de 2010, sobre todo si seguimos “empapando” a la economía de más y más deuda.

“Vamos a vivir en estos meses venideros otro fenómeno inédito en España: una inflación, un IPC, que va a estar por debajo del 1%. Inédito. Eso tampoco lo conocíamos los mayores del lugar”.

Para Montoro todo es inédito, pero lo cierto es que casi nada lo es. Entre mediados de 2009 y mediados de 2010, el IPC español –tanto el general como el subyacente– no sólo estuvo por debajo del 1%, sino que durante muchos meses exhibió una variación interanual negativa. Hace apenas tres años; no hace falta ser muy mayor para haberlo conocido.

“Yo pertenezco a esa generación de una España que es el gran éxito económico del mundo. Cuando uno examina un manual de crecimiento económico realmente España está en el máximo en ese manual, en la parte aplicada. ¿Cuáles son las teorías modernas del crecimiento económico? Las que sitúan a España junto a otros países asiáticos –y con otras condiciones por cierto, otro tamaño…– como ejemplo de un país con capacidad de desarrollo”.

El manual sobre crecimiento económico más conocido es el de Xavier Sala-i-Martín y Robert Barro. En él no se menciona a España como ejemplo particular de nada, aunque sí se destaca que es uno de los 20 países del mundo que más crecieron entre 1960 y 2000. Ahora bien, al mismo ritmo que nosotros se expandieron Rumanía, Indonesia o Grecia (sí, Grecia); por encima de nosotros crecieron China, Japón, Irlanda y Portugal (sí, Portugal). ¿Las teorías modernas del crecimiento económico colocan a España, Grecia o Portugal como paradigmas de desarrollo? Desde luego que no. Acaso pudieran serlo en varios campos aquellos países que crecieron a una tasa anual media que duplicó la nuestra: Corea del Sur, Taiwán y Singapur. Pero España, por haber crecido al mismo ritmo que Grecia e inferior al de Portugal, no lo es.

“Está aumentando la recaudación porque están mejorando las bases imponibles y están aflorando las bases imponibles sobre esa subida nominal de tipos efectivos que hemos tenido que hacer: digo, que hemos sido obligados a hacer por las circunstancias”.

No es verdad que las circunstancias obligaran al Partido Popular a subir los impuestos: tenía la opción de recortar el gasto. El propio Montoro afirma en su charla que dos tercios del ajuste del déficit de 2012 se dieron por el lado del gasto. ¿Qué impedía que hubiesen sido tres tercios o, todavía mejor, nueve tercios? Sólo la falta de voluntad política de unos socialdemócratas de manual como Rajoy y Montoro.

“Las campañas mediáticas sobre impuestas de impuestos… qué le vamos a hacer. Son llevaderas. ¿Que a mí me gusta subir los impuestos? Qué cosas tiene uno que escuchar. Y las escucho con paciencia jesuítica, o si quieren agustiniana”.

No sé si al ministro de Hacienda que más impuestos ha subido en toda la democracia le gusta o no subir impuestos. Lo que sí sé es que parece que le encanta y que disfruta sádicamente con ello.

“Se han perdido 370.000 empleos en las Administraciones Públicas en poco más de un año. 370.000 empleos. Pregúntales a esas personas que estaban trabajando en las Administraciones Públicas si no se ha hecho el ajuste. Eso no son números, son personas que estaban trabajando ahí. ¿Y cómo pueden decir que no se ha hecho ese ajuste? ¿Era necesario hacerlo? Sí. ¿Implica desgaste público? Sí. Pero yo quiero decirles a esas que van a encontrar empleo en España: puede ser en la propia Administraciones Públicas en un futuro o puede ser en otro lugar. Eso es lo que hay que decirles a esas personas”.

El comentario de Montoro es harto ilustrativo de su mentalidad profundamente estatista. Primero porque nos vende un pequeñísimo recorte (en España sobraban alrededor de 800.000 empleados públicos, como mínimo) como la apoteosis de los recortazos. Segundo, porque los 370.000 empleados públicos que han sido despedidos apenas llevan un año fuera de la Administración y el ministro de Hacienda ya está pensando en re-incorporarlos una vez el Estado disponga del más mínimo margen para volver a gastar. Montoro cree en el Estado hipertrofiado, no en la sociedad civil y en el mercado. Adora los elevados impuestos y los presupuestos sobredimensionados. Si aprueba recortes del gasto es, simplemente, porque apretaba la necesidad y se vio forzado a presentar unas cuentas mínimamente apañadas ante nuestros acreedores. Poco más. Tan pronto como cree ver nuevos ingresos a la vista, rápidamente se frota las manos pensando en qué va a dilapidar el ahorro de los contribuyentes. No le gusta subir impuestos, pero le debe gustar muchísimo menos que el dinero se quede en el bolsillo de sus legítimos dueños.

“La política tiene alma. No entienden lo que es vivir en la vida pública y la compensación que tiene servir a España desde la vida pública los que están todo el día entendiendo que se está en política para gestionar intereses propios. Qué error. La política tiene mucha más grandeza que eso. No se puede estar en un sitio mejor que en la política”.

Ante tal parodia involuntaria del servilismo político, sólo añadiré una palabra: Abengoa.

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