Google: sentido común frente a la sinrazón de la UE

La Unión Europea es un cartel de gobiernos coaligados para propósitos generalmente poco nobles. Entre las malas artes de la Comisión se incluyen las llamadas “políticas de defensa de la competencia”, dirigidas únicamente a atacar a aquellas grandes empresas —generalmente extranjeras— que triunfan dentro del Viejo Continente a la hora de proporcionar buenos servicios a los consumidores. Uno de los blancos preferidos de la eurocracia es Google, esto es, uno de los buques tecnológicos insignia de EEUU. Contra la corporación de Silicon Valley, pesan ahora mismo tres procedimientos administrativos por presunto abuso de posición dominante: uno por Google Shopping, otro por Adsense y un último por Android.

Esta semana, la empresa estadounidense presentó sus segundas alegaciones contra las acusaciones vertidas por la Comisión contra su servicio de compras online (Google Shopping). De acuerdo con los burócratas comunitarios, el buscador de Google otorga cierta prioridad dentro de sus resultados a los anuncios de Google Shopping frente a los de otras plataformas de compras online. Dicho de otra manera, la Comisión Europea denuncia que, cuando un usuario escribe “cafetera” en el buscador de Google, figurarán en primer lugar aquellos anuncios de cafeteras proporcionados por Google Shopping en lugar de las cafeteras que venden otros portales de la competencia. Eso —sí, eso— es lo que la Comisión Europea califica de “abuso de posición dominante” y por lo que se arroga el derecho a sancionar a la gran compañía tecnológica.

La acusación, huelga constatarlo, es absolutamente ridícula por dos razones. La primera que, aun cuando fuera cierto que Google filtrara sus búsquedas para favorecer a su servicio de compras online, estaría plenamente justificada a hacerlo: la empresa estadounidense proporciona un excelente servicio a sus usuarios por el cual no les cobra directamente nada, de modo que sería del todo razonable que tal cobro se produjera en especie (al igual que un telespectador debe “soportar” la publicidad en televisión como contrapartida a ver gratuitamente sus programas, un usuario de Google podría tener que soportar la autopublicidad de Google por usar su buscador).

Pero, en segundo lugar, si de verdad Google estuviese abusando de su posición de dominio para catapultar a su portal de ventas online, lo estaría haciendo rematadamente mal. En el mayor mercado de la UE, Alemania, sólo un 14% de todas las compras online se efectúan a través de Google Shopping, de modo que el restante 86% se desarrolla a través de otras plataformas distintas del servicio de Google (de hecho, un 33% se canalizan directamente a través de Amazon). ¿Qué sentido tiene cargar contra una plataforma que concentra menos del 15% del tráfico mercantil de internet? Ninguno, sólo estamos ante pura inquina irracional de Bruselas contra una empresa exitosa y extranjera.

Y es que ése es el verdadero núcleo de la cuestión: los gobiernos de EEUU y de la Unión Europea llevan varios años enzarzados en una guerra comercial cuyos peones sacrificados son ciertas grandes empresas de ambos lados del Atlántico. Hace meses le tocó el turno a Apple con la milmillonaria sanción fiscal que le impuso la Comisión; hace unas semanas, fue el Deutsche Bank quien resultó multado en EEUU. Por desgracia, y atendiendo a los antecedentes, todo hace prever que Google terminará siendo represaliada por alguno de los tres procedimientos que tiene ahora mismo abiertos. En ninguno de ellos les asiste ninguna razón a los burócratas europeos, pero ello no impedirá que terminen retorciendo sus argumentos hasta lo ridículo para alcanzar su desnortado y prejuicioso objetivo.

Mas, si Europa aspira a convertirse en un centro global de inversión e innovación empresarial que eleve el nivel de vida de sus ciudadanos, debería empezar por liberalizar su economía y no por castigar a las empresas exitosas. El mensaje que la UE está propalando al resto del mundo con su injustificada persecución contra Google no es sólo que el éxito empresarial es castigado dentro del Viejo Continente, sino que ese castigo depende de las fobias arbitrarias de los comisarios políticos de turno.

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