Krugman vuelve a las andadas: el carnaval ciborg

Probablemente, la mayor virtud de Paul Krugman durante estos últimos años haya sido la de no haberse callado nada. El Premio Nobel ha utilizado recurrentemente su plástico lenguaje para describirnos la realidad tal como la observa y, al hacerlo, ha contribuido decisivamente a que todos sus lectores podamos contemplar el auténtico rostro antieconómico del keynesianismo.
Y es que, hasta la fecha, el estadounidense ha abrazado casi cualquier catástrofe y plaga bíblica imaginable como catalizadores de la recuperación. Para Krugman, todo aquello que contribuya a aumentar el gasto público o privado, aunque constituya un manifiesto despilfarro y una onerosa destrucción de riqueza, permite superar las depresiones económicas.
Así, hasta el momento le hemos visto atribuir efectos económicos positivos a las burbujas inmobiliarias: “Para combatir la recesión es necesario que la Fed responda con contundencia; hay que incrementar el gasto familiar para compensar la languideciente inversión empresarial. Y para hacerlo Alan Greenspan tiene que crear una burbuja inmobiliaria, con la que reemplazar la burbuja del Nasdaq” (‘Dubya’s Double Dip?’, 2002); a las guerras “En general, las guerras son expansivas para la economía, al menos en el corto plazo. Recordad, la Segunda Guerra Mundial puso fin a la Gran Depresión” (‘An Iraq Recession?’, 2008); a los holocaustos nucleares: “Y sí, con todo esto quiero decir que una catástrofe nuclear en Japón podría terminar acarreando efectos expansivos sobre la economía, tal vez no para la japonesa, pero sí para la mundial” (‘Meltdown Macroeconomics’, 2011); y a las invasiones alienígenas ficticias: “Si descubriéramos que unos extraterrestres tienen planes de atacarnos y necesitáramos una producción masiva de armamento para defendernos, podríamos dejar de preocuparnos por la inflación y los déficits presupuestarios, con lo que esta crisis terminaría en 18 meses. Y si después descubriéramos que nos habíamos equivocado, que no había tales extraterrestres ahí afuera, mejor que mejor” (entrevista en CNN, 2011).
Uno podría barruntarse que, tras la parábola de los extraterrestres, Krugman había terminado de exprimir su retorcida imaginación keynesiana, que no podía concebir nuevos disparates que superasen a los anteriores. Pero no: anoten la última del Nobel. Para salir de la recesión, necesitamos un carnaval de ciborgs: “Supongamos que las empresas estadounidenses, que ahora mismo están sentadas sobre una enorme montaña de efectivo,  se entusiasmaran con la idea de vestir a sus empleados como ciborgs, pertrechándoles a cada uno de ellos con unas Google Glass y relojes inteligentes. Y supongamos que al cabo de tres años descubren que toda esa inversión no valía realmente la pena. Aun así, este boom de inversiones nos habría proporcionado varios años de aumento del empleo, sin haber incurrido en ningún despilfarro real, pues la alternativa era que los recursos estuvieran ociosos” (‘Secular Stagnation, Coalmines, Bubbles, and Larry Summers’, 2013).
No se crean que en esto el keynesiano Krugman toma el apellido de Lord Keynes en vano. En su Teoría General, el inglés ya se batió el cobre para defender frente a los austéricos victorianos de su época que los terremotos, los conflictos bélicos, las pirámides o el soterramiento de billetes recién impresos eran palancas para impulsar el gasto y, por tanto, para salir de las crisis.
El mensaje central de Krugman y Keynes, en el fondo, es sencillo de comprender: la Economía no es la disciplina que estudia cómo asignar los recursos escasos a los fines más valiosos, sino la herramienta política que debe preocuparse por que los recursos estén ocupados en producir cualquier cosa. De ahí que otro notable keynesiano como Larry Summers (quien a punto estuvo de llegar a la presidencia de la Fed) también haya blasonado recientemente ante los burócratas del FMI que nuestras economías necesitan de burbujas financieras para seguir creciendo. De ahí, en suma, que el keynesianismo mágico repute que el despilfarro es, en realidad, prosperidad.
Desgraciadamente, el auténtico pensamiento único en materia económica es el keynesianismo. Por eso la crisis de las puntocom se despachó creando la burbuja de hiperendeudamiento cuya implosión ahora padecemos y, por eso, bancos centrales y gobiernos siguen aspirando en la actualidad a estimular a toda costa el gasto. Cualquier gasto. Porque como nuevamente nos indica Krugman: «El gasto es bueno: aunque el gasto productivo sea lo óptimo, el gasto improductivo es mejor que nada». Lo dicho: el keynesianismo es la alquimia antieconómica del pelotazo burbujístico. Una bárbara reliquia.

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