Como ya explicamos hace unas semanas, la injustificable reducción del tipo de interés del BCE hasta el 0,25% tenía un propósito no declarado: transmitir a los mercados financieros que la artillería monetaria del monopolio emisor no había terminado y que, por tanto, a partir de ese momento mostraba su predisposición a emplear herramientas monetarias no convencionales.
Desde entonces, las declaraciones sobre las posibles armas nucleares monetarias en manos del BCE se han sucedido día tras día. La última la confirmó este jueves el propio Draghio: Frankfurt está contemplando la posibilidad de imponer tipos de interés negativos a los depósitos de los bancos privados en el BCE. Y es que, en estos momentos, las instituciones financieras mantienen depósitos a corto plazo en el BCE por monto de 460.000 millones de euros –más del doble que a comienzos de 2008– a pesar de que son remunerados al 0%. La idea de Draghi es la de penalizar esos depósitos con un tipo de interés del -0,1% para que los bancos retiren ese dinero y comiencen a prestarlo masivamente a la economía productiva. ¿Tiene esto algún sentido? Ninguno positivo.
¿Por qué los bancos han multiplicado sus depósitos en el BCE?
En momentos de incertidumbre, todo agente económico trata de mejorar su liquidez. Máxima económica que no va mucho más allá del refranero español cuando reza que “en tipos de tribulación, no conviene hacer mudanza”.
Cuando puede suceder alguna catástrofe económica, estar endeudado a muy corto plazo o invertido a muy largo plazo es simplemente suicida. Los bancos no son una excepción a esta norma: desde que comenzó la crisis han intentado, por un lado, recapitalizarse y refinanciar sus pasivos a más largo plazo y, por otro, han minimizado la provisión de crédito, incrementando sus saldos de tesorería. ¿Y qué son los saldos de tesorería de un banco? Del mismo modo que la tesorería de familias y empresas suelen ser nuestros depósitos con una entidad financiera, la tesorería de una entidad financiera son sus depósitos en el banco central.
De ahí que, aunque el BCE haya recortado la remuneración que ofrece a los bancos depositantes hasta el 0%, las entidades financieras sigan prefiriendo conservar sus posiciones de tesorería. Los habrá que piensen que la banca opera de este modo porque es lo que más cómodo le resulta: amontonar gigantescas cantidades de tesorería cual avariciosos Tío Gilito. Pero recordemos que mantener tesorería es por sí mismo una decisión muy costosa para la banca: todo el capital que gestiona la banca en su activo debe remunerarlo en su pasivo (acreedores y accionistas), de manera que necesita rentabilizar su activo para poder honrar su pasivo. ¿Cómo abonar dividendos o pagar los intereses de sus fuentes de financiación si inmoviliza su capital en unos depósitos que no le están rentando nada?
No: si la banca aparca su activo en forma de tesorería carente de rentabilidad monetaria explícita es porque, a pesar del coste que ya le acarrea, prefiere mantenerse líquida antes que exponerse a altos riesgos prestando el dinero a acreedores no solventes: justo lo que no hizo durante la burbuja financiera y justo lo que los reguladores (hipócritamente) dicen querer que la banca haga. En otras palabras, es la prudencia ante la incertidumbre y no la avaricia frente a la crisis, lo que mueve los depósitos de la banca: sólo hay que fijarse en que, aun cuando hoy suman 460.000 millones de euros, a mediados de 2012 (en pleno colapso de la Eurozona), ascendían a 1,1 billones. ¿Con qué propósitos debemos espolear a la banca para que asuma aún mayores riesgos? ¿Con el fin de que la volvamos a rescatar cuando quiebre?
No, cuando la banca vuelva a prestar debe ser porque juzgue seguro y conveniente hacerlo, no porque una camarilla de burócratas intente que fluya el crédito allí donde no debe hacerlo (como ya sucediera con la burbuja inmobiliaria cuyas consecuencias ahora pagamos). España y el Sur de Europa necesitan de ahorro, no de una nueva borrachera crediticia.
¿Son beneficiosos los tipos de interés negativos?
Aun así, una parte muy significativa de los economistas considera que, en estos momentos de profunda crisis económica, el tipo de interés de equilibrio de la economía (aquel que iguala la demanda con la oferta de fondos prestables) es negativo. Y es que, aun cuando el tipo de interés del banco central se halla en el 0%, no aparecen suficientes demandantes solventes de crédito como para absorber e invertir toda la sobreoferta de fondos prestables. Por consiguiente, si la demanda sigue siendo menor que la oferta, es que el precio tiene que caer todavía más: y caer por debajo del 0% significa entrar en terreno negativo. En este sentido, pues, Draghi sólo estaría alineando su tipo de intervención con el que prevalecería en un mercado libre.
Pero no: en un mercado monetario libre, el tipo de interés jamáscaería por debajo del 0%. El ahorrador jamás aceptaría pagar (en lugar de cobrar) por prestar su capital y simplemente optaría o por consumirlo o por atesorarlo en forma de dinero (mejor un no-rendimiento del 0% que un coste del -5%). Por supuesto, es perfectamente factible que si el tipo de interés es del 0%, aun así la demanda sea insuficiente como para absorber toda la oferta de crédito. Pero, ¿qué implica que parte de los inversores sólo estén dispuestos a demandar financiación a tipos de interés negativos?
Pues que ninguno de los proyectos de inversión que conocen es rentable: nadie ha ideado un plan de negocios capaz de generar un rendimiento positivo a partir del cual pagar tipos de interés positivos. De ahí que si una compañía pierde cada año el -3%, sólo esté dispuesta a endeudarse a tipos de, verbigracia, el -5%. Es lo que sucede en una depresión económica: la mayoría de empresas pierde dinero y, por tanto, su demanda de crédito se desploma (otras empresas creen poder ganar dinero, pero sólo asumiendo unos riesgos desproporcionados para el prestamista).
Pero que la pauta general de una depresión sea que todo el mundo pierda dinero (debido a las malas y burbujísticas inversiones pasadas que acometieron) no significa que debamos estimular nuevas inversiones a pérdida. No, lo que corresponde en una depresión es que el aparato productivo y financiero de una economía se reestructuren para que la rentabilidad de los negocios vuelva a ser positiva. Al cabo, con tipos de interés suficientemente negativos, ninguna empresa podría quebrar jamás, pero que no lo hiciera –pese a dilapidar recursos– sería un disparate: la economía se basa en asignar los recursos escasos a los fines prioritarios, no en inflar nuevas burbujas y en acometer más inversiones subprime. No perdamos de vista, de hecho, que perder dinero de manera generalizada es una anomalía económica: un agente pierde dinero cuando el valor del uso que les da a sus recursos (ingresos) es inferior al valor alternativo que se les podría haber dado en el resto de la economía a esos mismos recursos (coste de oportunidad). Si nadie puede darles un uso más valioso con los actuales planes de negocio es que toca, justamente, trasladar los factores a nuevos usos, para lo cual necesitamos tiempo, es decir, ahorro.
Por eso los tipos de interés negativos son una aberración: porque intentan convalidar como normalidad lo que constituye una anormalidad económica que debe ser corregida lo antes posible. Y ahí es, precisamente, donde el atesoramiento de dinero juega un papel esencial: el negarse a consumir o a invertir, hasta que los productores de bienes de consumo y los productores de bienes de capital ofrezcan a los ahorradores bienes de consumo útiles o bienes de inversión lo suficientemente rentables para el riesgo asumido, fuerza a esos productores a reajustarse.
Esta es la razón por la que el dinero sano y no manipulado por el banco central constituye un requisito indispensable para garantizar la soberanía del consumidor y del ahorrador; la misma soberanía que Draghi, así como todos los nigromantes monetarios desde los mercantilistas, se han querido cargar a través de impuestos sobre el dinero, de inflaciones varias o de tipos de interés negativos: todo ello caras de una misma moneda.
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