El Ibex 35 ha subido casi un 66% desde mínimos de 2012. Un resultado espectacular que lo coloca en la vanguardia de renta mundial durante los últimos 12 meses. Además, el dato casa a las mil maravillas con la renovada pasión broteverdista de gobierno y diversos analistas: si, como reza la sabiduría convencional, la bolsa anticipa en seis meses el comportamiento de la economía, tendrá que ser cierto que vamos camino de una fortísima recuperación. Pero, como de costumbre, no haríamos bien en echar las campanas al vuelo.
La bolsa no es ninguna bola de cristal infalible. Sus cotizaciones no recogen eventos ciertos futuros, sino las expectativas de los inversores sobre los posibles escenarios futuros: de lo que se trata, en última instancia, es de estimar las ganancias futuras de un conjunto de empresas y de darle a esos flujos de renta estimados (pero altamente inciertos) una valoración presente. Obviamente nada garantiza que las opiniones de los inversores sobre el futuro sean acertadas y, de hecho, en no pocas ocasiones yerran: no sólo cuando se trata de conocer el devenir de una compañía concreta, sino también del conjunto del mercado. De ahí que en ocasiones algunos analistas opinen que la bolsa está “cara” (cotizaciones relativamente sobrevaloradas con respecto a las ganancias futuras estimadas) o que está “barata” (cotizaciones relativamente infravaloradas con respecto a las ganancias futuras estimadas).
Es evidente que no podía ser de otro modo: si en la bolsa invierten seres humanos y los seres humanos no son omniscientes, por necesidad los precios de las acciones han de poder ser malos reflejos del presente y, sobre todo, del incognoscible futuro. Acaso la discusión académica –espoleada por los premios Nobel de Economía de este año– resida más bien en si, tratándose de estimaciones falibles, los precios que nos ofrecen los mercados de renta variable son, pese a todo, las mejores estimaciones posibles a partir de la información disponible. Y aquí, de nuevo, permítanme ser altamente escéptico: que la información esté disponible para todos no significa ni que todos hayan accedido a ella, ni que todos la hayan procesado del mismo modo, ni todos que hayan extraído las mismas conclusiones, ni que las conclusiones extraídas sean en todos los casos igual de válidas. Tampoco significa, por cierto, que todas las decisiones de compraventa de acciones estén motivadas, sobre todo a corto plazo, por un frío y riguroso análisis sobre el potencial subyacente de una compañía: muchos inversores no se guían por consideraciones fundamentales, sino que se limitan a hacer trading tratando de anticipar a corto plazo la jugada del rival. Y, en todo caso, ni fundamentalistas ni traders son ajenos a sesgos individuales y colectivos (un campo donde la economía conductual tiene mucho que decir). Por tanto, ni siquiera tendríamos por qué conceder a los movimientos bursátiles una presunción de fiabilidad.
Pero, además, los movimientos recientes del Ibex 35 son perfectamente explicables sin necesidad de recurrir a ninguna alambicada narrativa broteverdista: desde mediados de 2011 hasta julio de 2012, España se hallaba en situación de inminente suspensión de pagos y, por fuerza, esta circunstancia catastrófica para la generación de riqueza de un país debía verse reflejada en las valoraciones bursátiles de sus empresas; máxime cuando la suspensión de pagos podía ir asociada con una salida del euro y la consecuente devaluación de la neopeseta. Dicho y hecho: al tiempo que la prima se disparaba desde los 200 puntos básicos hasta los 630, el Ibex 35 se hundía desde el entorno de los 10.500 puntos hasta los 6.000. El capital nacional y extranjero ni quería ir a nuestros bonos y tampoco a nuestras acciones.
Sin embargo, en julio de 2012 apareció el mago de Mario Draghi con el regalo de la OMT bajo el brazo: España no iba a quebrar porque, en el peor de los casos posibles, sería rescatada por el BCE. Eludido –por el momento– el riesgo de la suspensión de pagos, las estimaciones sobre el futuro de nuestras empresas mutaron y regresaron al nivel previo al pánico: la prima de riesgo ronda hoy los 230 puntos básicos y el Ibex los 10.000. Es decir, hemos vuelto a la situación de principios de 2011, que no era precisamente portentosa.
No en vano, a comienzos de 2011 nuestra estabilidad pendía de un hilo. También ahora: del hilo de Mario Draghi. Nada impide que el pánico regrese motivado por la creciente insostenibilidad de nuestra deuda pública y por las dudas de si Draghi va de farol o moverá realmente ficha en caso de necesidad. Y al igual que en mayo de 2011 los 10.500 puntos del Ibex 35 no anticipaban los terribles doce meses que tendría la economía por delante, tampoco hoy tienen por qué anticipar un futuro económico esplendoroso. Todo dependerá de que corrijamos nuestros desequilibrios estructurales y, hasta ahora, este Gobierno no ha cesado en su empeño de engordar el más preocupante de todos: la burbuja del sector público.
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