Para sonrojo de Europa, huelga constatar lo obvio: que en el mercado de ventas por internet, los monarcas absolutos son Amazon y Ebay, no Google. Acaso porque, justamente, ofrecen un mejor servicio a este respecto. ¿Por qué entonces cebarse contra el Google Shopping? Según la Comisión, porque el buscador de Google -que sí es mayoritariamente usado en Europa por ser mucho mejor que sus rivales más conocidos- privilegia los resultados arrojados por Google Shopping frente a los de sus competidores directos. ¡Anatema! Una empresa buscando aprovechar las sinergias entre sus distintos productos. ¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Qué será lo siguiente? ¿Que esRadio dé prioridad en sus programas a las noticias de Libertad Digital frente a las de El País o El Mundo?
Sí, subrayen: «su» servicio (porque, de momento, no ha sido nacionalizado por la Comisión Europea) y «gratuito» (porque no olvidemos que Google presta su buen servicio de búsquedas en internet de manera gratuita para el usuario). Pero ninguna de ambas razones parecen ser suficientes como para exonerar a la compañía de la voracidad recaudatoria de Bruselas: por lo visto, no sólo has de otorgar el servicio gratuitamente, sino que además has de hacerlo bajo las arbitrarias directrices de los eurócratas.
Al final, el asunto es muy simple. La competencia no debería ser entendida como la inexistencia de «poder de mercado» ante la multiplicidad de alternativas igualmente valiosas: por definición, la empresa que ofrezca un mejor servicio a los consumidores gozará de «poder de mercado»(poder otorgado por los propios consumidores), en tanto en cuanto éstos estarían en posición de alegar que se encuentran maniatados por «cadenas de oro». Lo que caracteriza la verdadera competencia, en cambio, es que los consumidores gocen de «libertad de salida» (que no estén obligados a contratar con ninguna empresa concreta) y que los rivales gocen de «libertad de entrada» (que nadie les prohíba ejercer la competencia contra una empresa determinada).
Justamente, ambos requisitos se cumplen de manera viva en internet, donde ni siquiera existen costes relevantes para que el usuario cambie al instante de proveedor: si a éste no le agrada cómo Google le «amaña» los resultados, dispone de Bing, Yahoo o DuckDuckGo a un click de distancia. Nada más. Si así lo desea, no es necesario que regrese jamás por el manipulador portal de Google. Pero, precisamente porque todo usuario ya dispone de semejantes opciones, resulta inadmisiblemente liberticida que los eurócratas quieran controlar cómo proporciona Google sus servicios so pena de expropiarle 6.000 millones de euros.
No se equivoquen: la denuncia contra Google por parte de la Comisión Europea escapa a cualquier racionalidad económica y jurídica. Es una simple inquisición política para sablear a la compañía, para contentar a sus incompetentes competidores y, sobre todo, para poner de manifiesto quién manda en Europa: no los ciudadanos, sino los burócratas.