Acaso la parte menos mala de esa reformilla de nuestro sistema financiero que pretendía limpiar definitivamente de polvo y paja los balances de nuestras entidades crediticias haya sido que apenas se hayan comprometido recursos públicos para rescatar bancos y cajas. La peor, que precisamente por tratarse de una reformita con escaso contenido y menos ambición, no servirá para cerrar definitivamente los milmillonarios agujeros de la banca y, por consiguiente, la amenaza de que en cualquier momento se eche mano a la menguante cartera de los españolitos seguirá muy viva.
Pérdidas previsibles del sistema financiero español
Echemos unas cuentas algo conservadoras. Primero, de los 303.000 millones en créditos a promotores, probablemente jamás llegue a cobrarse al menos el 60% (pérdidas cercanas a 180.000 millones de euros); de los 102.000 millones de créditos a constructores, podemos considerar unas conservadoras pérdidas del 40% (40.000 millones); de los 794.000 millones en créditos a hogares para, por un lado, adquirir vivienda con garantía hipotecaria y, por otro, financiar otro tipo de desembolsos (automóviles, vacaciones, mobiliario…) podemos asumir perfectamente unas pérdidas del 5% tras la ejecución y el resarcimiento de las correspondientes garantías (40.000 millones); y de los otros 550.000 millones de créditos a actividades productivas distintas del ladrillo, también cabe prever unas pérdidas de alrededor del 10%, sobre todo si la coyuntura sigue deteriorándose (55.000 millones de euros).
En total, estamos hablando de unas pérdidas que podrían superar los 300.000 millones de euros; y eso asumiendo que no habrá quebrantos derivados de los 250.000 millones en préstamos a las administraciones públicas españolas y en 230.000 en créditos al extranjero (incluyendo los 80.000 millones a Portugal). Dado que ahora mismo la banca española cuenta con unos 330.000 millones entre fondos propios y provisiones, pongamos que tras padecer todas las pérdidas esperables se queda en 25.000 millones. ¿Significa ello que hemos superado las dificultades? En absoluto, pues para que nuestros bancos posean algo de credibilidad necesitaríamos restablecer unos fondos propios de entre 150.000 y 200.000 millones de euros.
Estamos hablando, por consiguiente, de que el sistema financiero español necesita capitalizarse a día de hoy en un importe de unos 150.000 millones de euros (justo las cifras que se venían manejando cuando se hablaba de la creación de un banco malo) y la reformilla De Guindos apenas se limita a presionar a los bancos para que se las arreglen a provisionar 50.000 millones, lo que equivaldría a alrededor de dos años del beneficios brutos antes de provisiones del sistema financiero español. ¿Puede la banca capitalizarse en esos 150.000 millones sólo a partir de sus beneficios brutos? Es dudoso, pues la economía necesitaría resistir seis años de estrangulamiento crediticio que deteriorarían de tal manera su salud que terminarían afectando a los propios resultados de las entidades (amén de que ellas se verían impedidas para, por ejemplo, pagar un solo dividendo y deberían proceder a una poda brutal en sus gastos operativos).
En resumen: el sistema financiero español, en su conjunto, es dudosamente solvente. ¿A qué viene entonces que la gran apuesta de De Guindos sea promover fusiones internas entre entidades españolas? Podemos cambiar la organización societaria de ese sistema financiero, pero en cualquier caso seguirá siendo dudosamente solvente.
La alternativa razonable: recapitalización privada
Ante esto, sólo existen dos alternativas a la quiebra del sistema o a su niponización: la primera es una recapitalización pública por 100.000 millones que el Gobierno de España no está en posición de ofrecer y para la que requeriría del apoyo financiero del FMI y del fondo de rescate europeo; la segunda es una recapitalización privada que convierta en acciones parte de las deudas del sistema financiera en español. La primera vía, aparte de nada justa por socializar las pérdidas del sector financiero, me parecería una torpeza, pues pondría contra las cuerdas la solvencia del Reino de España. La segunda, que ya propuse hace unos pocos meses, sería en cambio la solución claramente preferible.
El sistema financiero español está en condiciones de hacer afluir capital por un monto de 100.000 ó 150.000 millones de euros simplemente convirtiendo una pequeña parte de sus pasivos en fondos propios. A la hora de la verdad, esto significaría que prácticamente todas nuestras cajas y una parte de nuestros bancos pasarían a manos de nuestros acreedores extranjeros (fundamentalmente bancos alemanes que invirtieron en deuda bancaria española durante los años de la burbuja), pero ¿qué sentido tiene forzar la fusión de una debilitada entidad española con otro banco nacional saneado que simplemente ‘pasaba por ahí’ cuando existe la mucho más lógica alternativa de una adquisición o adjudicación del debilitado banco español al saneado banco alemán que invirtió en su deuda?
En su momento escribí contra la selectiva bancarrota del sistema financiero islandés. Resulta del todo punto inadmisible que el impago se cebe en los acreedores extranjeros para minimizar las pérdidas de los acreedores nacionales. Pero, por la misma regla de tres, también resulta inadmisible que los acreedores de, pongamos por caso, BBVA se vean perjudicados porque se presione la fusión de este banco con Bankia cuando quienes realmente han apostado por esta entidad y han invertido su dinero en ella han sido otros bancos alemanes. No es “España” como país quien debe dinero a “Alemania” como país (dejado de lado la deuda pública), sino entidades concretas españolas a entidades concretas germanas: que entre ellas se las arreglan.
En suma, el sistema financiero español necesita una enorme inyección de capital que de momento sólo puede proceder del extranjero. No mareemos más la perdiz; es hora de sentarse con Merkel y poner las cartas sobre la mesa: “pagaremos toda la deuda pública pero no socializaremos ni una sola de las pérdidas de la deuda privada: que vuestros bancos se cobren quedándose con los nuestros”. No sólo nos quitaríamos un muerto de encima, sino que nuestra banca ganaría acceso al muy pujante mercado alemán. Esa sería una verdadera Reforma del sistema financiero español.
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