Como liberal, uno no puede más que apoyar la libertad de los distintos centros de enseñanza para trazar sus propios itinerarios educativos en un proceso de saludable competencia por captar el favor de los alumnos y de sus padres. Ahora bien, semejante declaración de principios no obsta para que posea mi propia opinión acerca de qué materias sería deseable que se encontraran en todos o en casi todos los currículums formativos.
Algunas de ellas –como las Matemáticas o la Historia– ya conforman peor que mejor los actuales planes de estudio, de modo que los pobres conocimientos de muchos estudiantes en estos campos no cabe atribuirlos a la ausencia de horas lectivas sobre las mismas sino al muy mal aprovechamiento que se hace de las mismas. Sin embargo, existe una disciplina cuyo generalizado desconocimiento sí es en gran medida imputable a su incomprensible ausencia dentro de los planes de estudio trazados por el Estado: me refiero a la educación financiera.
Analfabetismo financiero
El inversor y famoso autor Robert Kiyosaki considera que el analfabetismo financiero es una de las grandes lacras de Occidente. Una buena educación financiera habría paliado muchos de los enormes problemas económicos que hoy aquejan a la economía mundial: masivo endeudamiento a todos los niveles, excesiva presencia de la propiedad inmobiliaria dentro de las carteras patrimoniales de casi todos los ciudadanos, crónica carencia de ahorros para atender cualquier imprevisto y para afrontar con holgura la jubilación (lo que, a su vez, degenera en una esclavizadora dependencia del Estado niñera), impuestos altos y crecientes sobre todas las formas de ahorro, aversión y desconfianza hacia la figura del explotador empresario, gasto público creciente y estéril, etc.
Una buena educación financiera no nos inmunizaría por entero contra todos estos prejuicios, muchos de ellos implantados evolutivamente en nuestras mentes, pero sí les abriría nuevas puertas a los adolescentes, no ya para que den la batalla ideológica en contra del estatismo reinante, sino simple y llanamente para que sean conscientes de que sus finanzas personales deben ser administradas con mucho tacto y mucho mimo si no quieren ver frustrados gran parte de sus objetivos vitales.
De hecho, la educación financiera no es más que una educación dirigida a aprender a planificar, jerarquizar y provisionar nuestras diferentes metas existenciales a partir de la distribución inteligente de los medios de que disponemos y vamos a disponer en el futuro. Sin unos buenos conocimientos en la materia, lo habitual será que incurramos en errores sistemáticos, contradicciones diversas y fracasos ostensibles.
Conocimientos subversivos
Ya que el nuevo gobierno del PP está pensando en reformar la educación no universitaria en asuntos triviales (quitar un año de ESO para añadírselo al bachillerato), y dado que ni siquiera se ha planteado liberalizarla en profundidad, no estaría de más que fuera pensando en incluir una materia de formación financiera que fuera digna de tal nombre en los planes de estudio. Es decir, no una pomposa carcasa vacía de contenidos, sino una asignatura donde se explicaran algunos asuntos tan fundamentales y que, en principio, debieran ser tan poco controvertidos cómo el valor temporal del dinero, los tipos de interés, la capitalización de rentas, la regla del 72, la estructura patrimonial de los agentes económicos, la función y los riesgos del endeudamiento o el funcionamiento del mercado bursátil.
De no conocer cuál es la auténtica lógica depredadora del poder político, a uno le sorprendería que nuestros mandatarios, siempre tan declaradamente dados a promover la ilustración de nuestra sociedad, se hubieran olvidado de incluir en los currículums formativos tan esencial materia. Pero sabiendo que cuanto buscan no son propietarios autónomos del Estado sino siervos dependientes del mismo, tan significativa omisión encaja como un guante en sus perversas ambiciones.
Simplemente: en sociedades comandadas por el pensamiento estatista, hay conocimientos demasiado subversivos como para ponerlos al alcance del pueblo; en concreto, todos aquellos que tiendan a revalorizar el concepto de propiedad privada y a promover su gestión responsable y enriquecedora. Mucho mejor adoctrinarles en la virtud cívica de pagar religiosamente los impuestos que instruirles en el vicio insolidario de amasar y acumular riqueza.
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