Mariano, de la manita de Hollande

Cuando en este país algunos todavía eran lo suficientemente cándidos como para pensar que teníamos un Gobierno serio y responsable dispuesto a no fagocitar al contribuyente para mantener un Estado sobredimensionado y burbujístico, Rajoy y los suyos lo tenían relativamente fácil para hacernos creer (y acaso se creían ellos mismos) que el Partido Popular era un socio y aliado preferente de las tesis pro-austeridad de Merkel.

Transcurridos los primeros meses de gobierno, y dejado tras de sí un rastro inconfundible de tufillo socialistoide, pocos serán hoy quienes todavía se crean la versión oficial de la mentira oficial, a saber, que Rajoy sigue siendo el mejor aliado de Merkel dentro de la Eurozona. A día de hoy, puede que, de hecho, sea su peor y más molesto enemigo; básicamente porque, cual pandilla de mafiosillos rebotados, algunos miembros de este Gobierno han hecho del chantaje permanente contra Alemania su estrategia de salvamento electoral.
El PP no tiene, nunca lo ha tenido, entre sus propósitos el transformar y adelgazar audazmente el Estado (privatizando muchos de los servicios que hoy, impropiamente, le ha arrebatado el Estado a la sociedad) ni el de aligerar la carga fiscal a los españoles, ni el de liberalizar de verdad los mercados. No, el gran proyecto patrio del Partido Popular consiste en alzar una gigantesca estatua de Zapatero –a imagen y semejanza de la de su cuate Fabra– para agradecerle los innúmeros servicios prestados a la nación; a saber, el haber trazado ejemplarmente la senda de política económica que luego iba a seguir a pies juntillas el propio Partido Popular: a saber, conservar el carísimo hiperEstado que padecemos los españoles y amenazar a Merkel con supender pagos… a menos que nos rescate y les pague todos los infinanciables caprichos a nuestra casta política.
El chantaje: eurobonos y monetización
Así, en muy pocos días, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ha manifestado en dos ocasiones su brillante presuposición de que «los acreedores querrán cobrar”, en clara referencia que si Alemania no nos echa un cable, acaso les dejemos un agujero financiero como regalito de despedida. Lo mismo cabe decir del malogrado ministrable Esteban González Pons, para quien el problema “no lo tiene España, sino Europa”. Mensaje que por su llaneza gamberril admite pocas interpretaciones. Tan sólo faltaba por pronunciarse Mariano, quien, después de pedir en varias ocasiones “más Europa”, aclaró a qué se refería en verdad: eurobonos, es decir, más dinero de los contribuyentes europeos para los bolsillos del sanedrín estatista español.
Con semejante petición, Rajoy acaba de despejar cualquier duda sobre la identidad de su auténtico aliado preferente dentro de la Unión Europea: el socialista francés François Hollande. Ambos aspiran a implantar los eurobonos y a forzar al Banco Central Europeo a que monetice deuda pública. Es decir, los dos se oponen a reconducir el excesivo sector público que atenaza nuestras economías y optan por financiarlo por una doble vía: una, rapiñando al contribuyente alemán (y austriaco, y holandés, y finés); otra, promoviendo mucha más inflación, es decir, mediante ese sangrante y distorsionador impuesto que sufragan los tenedores de saldos líquidos y de renta fija en euros.
Ni qué decir tiene que ni los eurobonos ni la monetización de deuda son exigencias que busquen en lo más mínimo mejorar la situación de nuestras economías. Los eurobonos y la monetización de deuda son simplemente una llamada a la irresponsabilidad colectiva: una manera de camuflar, bajo el mantón de la credibilidad y la productividad germana, la irresponsabilidad individual de aquellos gobiernos que, partiendo de torcidas premisas keynesianas, se niegan a ajustar el tamaño del sector público a la realidad recaudatoria de una crisis.  La idea de que con tales instrumentos el Reino de España sería capaz de financiarse de manera más asequible constituye un simple pretexto para ocultar lo evidente: si Mariano, el Hollande español, disfrutara de barra libre para financiarse a tipos de interés por debajo del 2%, su prodigalidad a la hora de cargar con millonadas de deuda pública adicional a todos los españoles no conocería límite alguno (si ya no lo hace ahora con los tipos casi al 7%, imaginen a una tercera parte). El ahorro en costes financieros sería ínfimo con respecto a la losa de principal adicional que nos impondría.
En suma, los eurobonos y la monetización de deuda, lejos de ser instrumentos propios de una política económica racional y respetuosa con el libre mercado, son medidas dirigidas a afianzar los sobredimensionados Estados y sistemas bancarios periféricos: una insana redistribución de riqueza desde la economía productiva a la economía parasitaria. Una vez Rajoy ha terminado de exprimir al contribuyente español para costear sus despilfarros, procede a buscar nuevos huéspedes que le sigan pagando el sarao, en este caso, el contribuyente alemán. Y si, como sería lógico, razonable y necesario, los alemanes se niegan en banda a ser atracados, los responsables, confiables, diligentes y previsibles dirigentes del PP amagan con dejar de devolverles el dinero que se les adeuda. ¿Alguien puede confiar en que una economía así, basada en la codicia política, el chantaje continuo y la supeditación del mercado a los intereses de la casta, puede funcionar y resultarle atractiva a algún inversor que no participe de esa infecta pomada?

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