La semana pasada, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, anunció una nueva batería de medidas de política monetaria dirigidas a estimular y abaratar la concesión de crédito al sector privado con el propósito de relanzar el crecimiento. Aunque han sido muchos quienes han pretendido ver en estos movimientos del BCE un cambio copernicano en la política monetaria mantenida hasta la fecha, en realidad Draghi sólo desarrolló las principales líneas maestras que ya trazara en junio de este mismo año.
Recordemos que en aquel entonces el Consejo de Gobierno del BCE tomó varias medidas que ya entonces se nos vendieron como revolucionarias: Draghi rebajó los tipos de interés para los bancos que mantienen depósitos en el BCE desde el 0,15% al -0,1%; dejó de esterilizar las compras de deuda pública que había efectuado la entidad entre 2010 y 2012; anunció una nueva ronda de inyecciones de liquidez bajo las siglas TLTRO (por las cuales otorgaba crédito a la banca por el equivalente al 7% de su cartera de créditos al sector privado excluyendo el crédito promotor) y reconoció un principio de acuerdo para adquirir titulizaciones de créditos a pymes.
Frente a esta batería de medidas de junio, ¿qué hizo Draghi la semana pasada? Rebajó los tipos de interés negativos sobre la banca hasta el -0,2%; aprobó la mentada adquisición de titulizaciones de préstamos a pymes, y prometió constituir un nuevo programa de compra de cédulas hipotecas (el tercero desde 2009). En suma: apenas ahondó en las decisiones que ya había tomado pasado mes de junio.
De ahí que la nueva política de laxitud crediticia propiciada por el Banco Central Europeo desde el pasado jueves vaya a acarrear los mismos defectos estructurales que la propiciada desde el pasado junio: a saber, el problema de la eurozona -especialmente de la periferia- no es que los bancos carezcan de capacidad para extender crédito -muchos de ellos están deseosos de otorgarlo- sino de que la mayoría de personas suficientemente solventes como para demandarlo no lo quieren y la mayoría de personas que lo quieren no son suficientemente solventes como para demandarlo.
Antes de que el crédito vuelva a crecer en términos agregados, necesitamos reducir mucho más intensamente nuestro endeudamiento y liberalizar la economía para que emerjan oportunidades de inversión. Es decir, necesitamos que los agentes económicos refuercen sus fondos propios para aumentar su capacidad de absorber pérdidas y necesitamos que existan proyectos empresariales atractivos que induzcan a esos agentes económicos a emprenderlos aun a riesgo de asumir pérdidas.
En definitiva: sin un desapalancamiento profundo y una liberalización vigorosa de la economía, la fórmula crediticia mágica de Mario Draghi se balanceará entre la nadería y el burbujismo. O bien la baratura del crédito bancario no logrará atraer el interés de los emprendedores hiperendeudados o hiperasfixiados regulatoriamente, o bien, si la atrajera, sería tras haber inducido a los bancos a que volvieran a rebajar sus más elementales estándares de prudencia prestamista. Si el problema crediticio no es de oferta, sino de demanda, seguir relajando artificialmente las condiciones de la oferta sólo servirá para evitar subsanar los problemas de fondo de la demanda.
Eso sí, mientras el sector privado se decide entre lanzarse a una nueva borrachera de crédito barato o entre continuar observando los toros desde la barrera, los bancos y el sector público siguen lucrándose merced a las decisiones del BCE. Por un lado, los bancos llevan desde 2011 obteniendo una extraordinariamente abaratada financiación directa por parte del instituto emisor (los LTRO de entonces, los TLTRO prometidos en junio y la adquisición de cédulas hipotecarias anunciada el jueves). Por otro, los Estados de la eurozona, varios de ellos a un paso de la bancarrota, se están financiando no sólo a tipos de interés en mínimos históricos, sino incluso con rendimientos negativos para algunos vencimientos (dado que el exceso de liquidez a disposición de los bancos se estrella contra los tipos negativos impuestos por el BCE, los bancos optan por aparcar ese exceso de liquidez en deuda pública aun cuando cotice por encima de la par).
La situación actual no sólo hace prever que la solución a nuestros problemas de fondo -alto déficit público, elevados impuestos, ausencia de reformas estructurales- se demorará innecesariamente al verse anestesiada por el crédito artificialmente abaratado del BCE, sino que ilustra a la perfección quiénes son siempre los principales beneficiarios de ese monopolio público que es la banca central: los Estados y los bancos privados.
Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.