Mientras la prensa patria se dedica a entregarle las orejas y el rabo al matador gallego por haber empitonado al toro alemán, es decir, mientras la prensa nacional se dedica a ofrecer una versión absolutamente maniquea y ensimismadamente nacionalista sobre lo acaecido en el Consejo Europeo de este jueves y viernes, insistamos en lo realmente importante: estamos ante un nuevo atraco perpetrado por ese estatista de tomo y lomo llamado Mariano Rajoy, pero esta vez dirigido a los contribuyentes del norte de Europa.
Sí, cierto, no se trata de un atraco contra los contribuyentes españoles, a quienes ya se ha encargado de desplumar con saña durante los meses anteriores (y que aten sus machos para los meses venideros), pero sí es un atraco contra el contribuyente alemán. Si el rescate de los bancos a costa del dinero de los contribuyentes nos parecía inadmisible cuando pensábamos que nos iba a tocar pagarlo a nosotros, no menos inadmisible debiera parecernos cuando los machacados y expoliados van a ser, una vez más, los contribuyentes alemanes. ¿O acaso toda nuestra indignación contra la socialización de las pérdidas de la banca no era más que una pose táctica de disgusto para lograr endosarles el muerto a los trabajadores germanos y noreuropeos?
Recordemos lo básico: las pérdidas de los bancos españoles no son pérdidas de los contribuyentes españoles, sino pérdidas de todos aquellos –españoles, alemanes, estadounidenses o surcoreanos– que hayan invertido en los bancos españoles. Por eso mismo, resulta igualmente falaz el argumento de que, como fue ALEMANIA –así, en mayúsculas– quien financió nuestra burbuja, es justo que sea ella quien pague los platos rotos: las pérdidas deberían imputárseles solamente a aquellos inversores alemanes concretos que prestaron de manera imprudente a nuestros bancos, pero no al conjunto de los contribuyentes alemanes.
Dejando de lado las contrapartidas que Merkel haya podido conseguir de Rajoy –y que previsiblemente pasarán por un mayor sangrado fiscal sobre los españoles y por una mayor cesión de soberanía en forma de un supervisor global que a largo plazo sólo generará disfunciones adicionales en Europa–, lo que es inadmisible es que las pérdidas de cualesquiera bancos, en este caso españoles, las terminen pagando cualesquiera ciudadanos que no invirtieron en ellos, en este caso alemanes. No estamos ante una sana asignación de pérdidas propia de un mercado libre, sino ante un reparto de cadáveres propio del mercadeo político.
Acaso lo único positivo de esta decisión sea que ya no quedan excusas para no aprobar el bail-in. Quienes pensaban que el pobrecito Rajoy estaba entusiasmado con la idea pero era incapaz de sacarla adelante por la oposición de Angela Merkel a traspasarles las pérdidas de los bancos españoles a los alemanes, se equivocaban. Puede que Merkel, en efecto, siga interesada en proteger a los bancos alemanes a costa de sus contribuyentes, pero eso es algo que tendrá que justificar ante su electorado.
Al igual que Rajoy también debería justificar ante los españoles por qué, en lugar de capitalizar la deuda de nuestros bancos, ha chantajeado a Merkel con dinamitar la zona del euro si no aceptaba endilgarles a los alemanes las pérdidas que, entre otros, han generado gestores de su propio partido. Mas aquí parece que preferimos anotarnos un tanto como nación (serán los calores de la Eurocopa) sin cuestionar la bondad de la medida en términos económicos, políticos y sociales. A la postre, cargarles a otros con el oneroso e injusto fardo que no queremos para nosotros no nos traerá nada bueno: tensionamos la cuerda y empobrecemos a los alemanes para hacer justo lo contrario de lo que deberíamos. Mal negocio para Europa y, a largo plazo, también para España.
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