Sabido es que Menger desarrolló la ley de la utilidad marginal decreciente (a mayor cantidad de un mismo bien, menor es la utilidad que el individuo obtiene de las unidades adicionales de ese bien) y que su discípulo Böhm Bawerk explicó el tipo de interés como el descuento de los bienes futuros sobre los bienes presentes. El economista keynesiano Roy Harrod creyó encontrar en 1948 una contradicción entre ambas teorías (en la conferencia segunda). Su crítica fue la siguiente:
Si una persona tiene 500 libras de renta en 1948 y 500 libras de renta en 1949, no tiene mucho sentido que decida ahorrar 100 libras de su renta de 1948 para recuperarlas en 1949 con los correspondientes intereses. Lo que este individuo estaría haciendo sería consumir 400 libras en 1948 y 603 (500 de renta + 100 de ahorro + 3 de intereses) en 1949: pero eso atenta contra la utilidad marginal decreciente. ¿Qué sentido tiene que una persona quiera ampliar su consumo hasta 603 libras en 1949 a costa de reducirlo a 400 en 1948? ¿Pero no decíamos que la utilidad decrecía con la cantidad? Entonces, ¿por qué opta por sobre-decrecer su utilidad en 1949 a costa de sobre-incrementarla en 1948?
La crítica puede parecer que tiene un cierto sentido pero es muy mala. Por lo siguiente:
- Se asume que las necesidades de 1948 y 1949 son similares. Esto es una hipótesis irreal que atenta contra toda la teoría moderna del asset allocation; teoría moderna basada en última instancia en las contribuciones austriacas de la preferencia temporal, aversión al riesgo y preferencia por la liquidez. Básicamente: un individuo tiene diferentes necesidades en diferentes momentos de su vida y, por tanto, ha de redistribuir su renta a lo largo de su vida. Y la forma de redistribuirla es mediante el intercambio renta-riqueza-renta, que es donde aparece el interés (recordemos que, 50 años antes que Harrod, el austriaco Frank Fetter ya consideraba el intercambio renta-riqueza como el intercambio intertemporal esencial donde emergía el interés).
- La teoría de la utilidad marginal decreciente es compatible con que la utilidad de ciertos bienes, como la del dinero, sea prácticamente constante (descienda muy lentamente). Esto no me lo invento yo, ya lo supo ver Menger. Por tanto, puede haber cambios en los saldos de tesorería que apenas afecten a la utilidad marginal del bien dinero.
- Pero, pese al punto anterior, lo esencial en el ejemplo de Harrod no es la utilidad marginal del dinero, sino de los bienes que se van a adquirir con ese dinero (al cabo, las libras no se van a mantener en tesorería, sino que se pretende gastarlas). Como sabemos, la utilidad marginal aplica para bienes que son percibidos como subjetivamente idénticos… pero no aplica sobre bienes heterogéneos. Tener un coche no reduce la utilidad de un televisor. La causa es más profunda: la utilidad marginal se refiere a los medios de la acción, pero no a los fines. Que yo tenga mucha hambre y necesite proveerme con mucha comida no implica que los fines de leer un libro o jugar a los videojuegos se vuelvan menos valiosos. De hecho, la ley de la utilidad marginal decreciente cobra sentido precisamente por ello: los medios homogéneos con los que cuento sólo permiten satisfacer un conjunto determinado de fines, y evidentemente las primeras unidades de esos medios homogéneos se dirigirán a satisfacer los fines más valiosos dentro de ese conjunto… pero si puedo ampliar el conjunto de fines que puedo satisfacer (aprovisionándome con otros bienes económicos distintos de los anteriores), es obvio que los nuevos fines no tienen por qué ser menos valiosos que los anteriores. De ahí, por consiguiente, que un señor con mucha renta no vaya a ver necesariamente cómo el valor de sus fines se desploma. Podría darse el caso, desde luego, pero en tanto en cuanto encuentre fines vitales de alto valor (suyos o de sus descendientes), puede mantener estabilizado el valor de su renta por mucho que vaya aumentando. En términos llanos: un ciudadano actual no es necesariamente un ciudadano más frustrado que una persona de hace 1.000 años (puede serlo, pero no hay necesidad lógica de que así sea): su renta se habrá multiplicado por 10.000, pero sus aspiraciones también lo han hecho. Obviamente, Harrod se cubre contra esta crítica asumiendo necesidades homogéneas en 1948 y 1949, pero como expondremos en el siguiente punto, no termina de comprender las implicaciones que ello tiene.
- Asumiendo, como asume Harrod, necesidades homogéneas en 1948 y 1949, lo que tenemos es que el individuo analizado simplemente está retrasando la satisfacción de alguno de sus fines desde 1948 hasta 1949. Por ejemplo: en 1948 me hubiese querido comprar un televisor, pero acepto no comprármelo hasta 1949 a cambio de que me entreguen en 1949 tres libras en concepto de intereses. Por consiguiente, lo que estamos intercambiando es el tiempo durante el que yo postergo mis necesidades (un año) por tres libras. En 1949, sin embargo, ya me puedo comprar el televisor que me hubiese comprado en 1948 y además cuento con tres libras extra. Esto, por mucho que asumamos necesidades homogéneas, en nada contradice la ley de la utilidad marginal decreciente: el fin de ver la televisión no se vuelve menos valioso en 1949 que en 1948 por el hecho de que en 1949 esté satisfaciendo más fines que en 1948. Como expliqué en el punto 3, la ley de la utilidad marginal decreciente se aplica sobre medios subjetivamente homogéneos, no sobre fines distintos y, por tanto, es perfectamente razonable retrasar el consumo de los servicios de televisión un año a cambio del pago monetario de un interés sin que ello implique que añadir la satisfacción de fines adicionales a 1949 desvalorice el resto de fines de 1949. No: desde Menger, la ley de la utilidad marginal decreciente se aplica a medios, no a fines.
En suma, Harrod ni de lejos mostró la incompatibilidad entre la ley de la utilidad marginal decreciente y los tipos de interés determinados por la preferencia temporal. De hecho, resulta sorprendente cómo se expone como refutación de una teoría un ejemplo similar al que los impulsores de esa teoría utilizarlos para defenderla… precisamente porque es un ejemplo del todo consistente con la explicación y con el resto de la teoría económica en la que se enmarca.