Subjetivismo no son ni valoraciones arbitrarias, ni relativismo, ni atomismo

A raíz del debate sobre la validez del subjetivismo que se ha desarrollado en los comentarios a mi crítica a la teoría objetiva del valor de Piero Sraffa, veo que el rechazo que inevitablemente sigue suscitando la revolución subjetivista entre ciertas personas se debe, en esencia, a que asocian subjetivismo con otros conceptos que, en efecto, sí son criticables.
Para empezar, el subjetivismo simplemente establece que los individuos poseen preferencias, que actúan de acuerdo con esas preferencias y que los precios de mercado son el resultado de unas acciones, llamadas intercambios, que están motivadas por esas preferencias. A partir de aquí, deberíamos ser capaces de deslindar el subjetivismo de otros tres conceptos: las valoraciones arbitrarias, el relativismo o el atomismo.
Valoraciones arbitrarias
Un subjetivista no cree que los precios de mercado sean arbitrarios, es decir, que cualquier conjunto de precios de mercado, simplemente por ser de mercado, son correctos o válidos. El subjetivista reconoce que existe un elemento objetivo en torno al cual orbitan a largo plazo los precios de mercado: las preferencias finales (subjetivas) de los agentes económicos. Aquellos precios de mercado que no reflejen adecuadamente las utilidades finales de los bienes, serán precios insostenibles que terminarán corrigiéndose. Repito: no cualquier precio de mercado es válido, sino sólo aquellos que se hallen en armonía con las valoraciones subjetivas de los agentes económicos.
Además, las escalas de preferencias de los agentes económicos pueden cambiar, en ocasiones con mucha virulencia. La aparición de nuevos productos o de nuevas necesidades modifica la importancia relativa que atribuimos al resto de bienes y servicios. Por no hablar de que el subjetivista no niega la posibilidad de que un individuo se equivoque en sus valoraciones, es decir, que se arrepienta de las decisiones pasadas que tomó. Si yo creo que una determinada novela es excelente, puedo estar dispuesto a pagar un alto precio por ella (es decir, puedo estar dispuesto a renunciar a la adquisición de otros bienes y servicios que valoraba relativamente menos que al novela) pero, tras leerla, puedo descubrir que era una birria y que, por tanto, me formé unas expectativas infundadas.
Con estas dos aclaraciones, queda claro que el subjetivismo no tiene ningún problema para explicar la aparición de burbujas de precios en determinados activos. Primero, porque las burbujas las forman los especuladores. ¿Y qué es la especulación? Darle una valoración a un bien o activo en función del valor que espero vayan a darles otros agentes económicos. Es decir, yo valoro el bien no en función de cómo ese bien satisface mis necesidades, sino en función del valor que otros creo que le van a otorgar.
En este sentido, los procesos especulativos pueden ser coordinadores, pero también muy descoordinadores. Si cada agente piensa que el resto de agentes valora altamente el bien (y el resto de agentes puede valorarlo altamente porque espera que, a su vez, los otros lo valoren altamente), el precio de mercado de ese activo se disparará, aun cuando su utilidad final no lo haya hecho: se generan burbujas especulativo, esto es, estimaciones de las preferencias ajenas por parte de los especuladores que están muy alejadas de las auténticas preferencias subjetivas. Así, aparecerá una brecha entre precio y utilidad que sólo se podrá mantener en el mercado en tanto en cuanto la demanda especulativa no pinche (es decir, en tanto en cuanto la gente siga comprando el bien con la expectativa de revenderlo a un tercero): pero cuando un bien carece de demanda final suficiente a su precio actual, es evidente que su precio tenderá a colapsar hasta que se alinee con las preferencias finales de los agentes económicos.
Además, en el caso de las viviendas se une la circunstancia de que una vivienda recoge la utilidad de muchos servicios futuros esperados. La vivienda es un bien de consumo duradero, es decir, un bien que va proporcionando los servicios por los que es valiosa a lo largo del tiempo. El ser humano no es especialmente sofisticado a la hora de valorar hoy la importancia de las necesidades futuras: no es lo mismo pagar una entrada al cine (la quiero/no la quiero ahora al precio pedido por el oferente) que comprar una vivienda (quiero/no quiero los servicios de habitación de los próximos 30 años al precio pedido por el vendedor). Por tanto, la demanda intertemporal de servicios es un campo donde las preferencias del sujeto están sometidas a un proceso de revisión y corrección mucho más intenso que en otros campos con demanda más inmediata.
Relativismo
El subjetivismo ni niega ni afirma la existencia de verdades morales objetivas. Si las preferencias más elevadas de los agentes económicos incluyen el consumo intenso de drogas, el subjetivista se limita a afirmar que los precios de las drogas se determinarán de acuerdo con esas preferencias. Pero el subjetivista no afirma con ello que el consumo de drogas sea bueno. Sólo describe cómo se conformarán los precios de acuerdo con las preferencias de los agentes: no da (ni quita) su aprobación moral al asunto.
Por tanto, el subjetivista no sólo puede afirmar que los precios de la burbuja necesariamente tenían que revertir hasta alinearse con las preferencias finales de los agentes, sino que también puede afirmar que los elevados precios alcanzados eran moralmente inaceptables. Incluso aceptando que los precios se forman de ese modo, un subjetivista podría proponer controles de precios (otra cuestión es que se equivoque por otros motivos, pero no por analizar el valor económico y los precios desde la perspectiva subjetivista). En ese sentido, no hay incompatibilidad.
Atomismo
El subjetivista no afirma que cada individuo conforme su propio precio de mercado, esto es, que haya tantos precios como valores subjetivos existan. Las preferencias son individuales (aunque también pueden ser grupales allí donde existen órganos de decisión colectivas), pero los precios se determinan para el conjunto de participantes en un mercado (cada cual con sus propias preferencias individuales). Podemos ilustrar este punto con el ejemplo que utiliza Böhm-Bawerk para ilustrar la formación de precios a partir de las utilidades subjetivas de los agentes económicos.
Supongamos el siguiente mercado de caballos: tenemos 10 compradores (A1, A2, A3, A4…) y 8 vendedores (B1, B2, B3, B4…). Cada comprador está dispuesto a pagar hasta un determinado precio máximo (en función de sus preferencias) por comprar un caballo y cada vendedor exige un determinado precio mínimo (en función de sus preferencias) para vender su caballo. Imaginemos que son los siguientes:

CompradorPrecio máximo a pagarVendedorPrecio mínimo a cobrar
A130B110
A228B211
A326B315
A424B417
A522B520
A621B621,5
A720B725
A818B826
A917
A1015

 
El precio de mercado de los caballos por necesidad se ubicará entre 21 y 21,5 onzas de oro. Si el precio fuera de 20, habría siete personas deseosas de comprar y cinco personas deseosas de vender; eso significa que los siete compradores competirían por quedarse con los caballos y la competencia se traduciría en subidas de precios que excluyeran a los compradores que menos valoran relativamente los caballos. Si, por otro lado, el precio fuera de 25, tendríamos tres personas deseosas de comprar y siete deseosas de vender: en este caso, serían los vendedores los que competirían por colocar sus caballos a los tres compradores y lo harían bajando los precios hasta que los vendedores que más valoraran relativamente los caballos fueran excluidos. A un precio entre 21 y 21,5 onzas de oro, el número de compradores y de vendedores es de seis, es decir, el mercado se vacía: todo el mundo que desea comprar a ese precio puede comprar y todo el mundo que desea vender a ese precio puede vender.
Nótese que el precio es único para todo el mercado de caballos (vistos como sustitutos perfectos) y que son el resultado no sólo de las preferencias subjetivas de los agentes económicos, sino de las preferencias marginales. Aquellos que determinan el precio de mercado son los compradores y vendedores marginales: esto es, aquellos compradores que primero dejan de comprar ante subidas de precios (o que pasan a comprar ante bajadas de precios) y aquellos vendedores que primero dejan de vender ante bajadas de precios (o que pasan a vender ante subidas de precios). No son ni los compradores que más valoran el bien ni los vendedores que menos lo valoran los que determinan los precios, sino los compradores y vendedores que se hallan en el margen.
En suma, subjetivismo no es ni valoraciones arbitrarias, ni relativismo, ni atomismo.

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