Con tal de aplacar la comprensible furia de una parte muy sustancial de la sociedad española ante su salvaje subida de impuestos, el Partido Popular justificó la traición a sus principios y a las perspectivas de recuperación de nuestra economía diciéndonos que no había alternativa, que resultaba imprescindible cumplir con los objetivos de déficit pactados con Bruselas.
Y sí, desde luego reducir el déficit constituye una prioridad, mas hay maneras y maneras de acometerlo: no es lo mismo, por ejemplo, subir impuestos y rematar a un muy debilitado y endeudado sector privado que bajarle el gasto a un sobredimensionado y excesivo sector público. Por eso, la alternativa sí existía, sólo que Rajoy y su equipo se niegan siquiera a considerarla: reformar de arriba abajo el actual modelo de Estado para someterlo a un profunda liposucción.
Pero no. Rajoy no se siente elegido para transformar el colapsado modelo de Estado, sino para conservarlo en la medida de lo posible. Quienes pensaban que el presidente de los populares dinamitaría los roídos pilares que apenas sustentaban al megaEstado zapateril para edificar una administración mucho más austera, eficiente y respetuosa con la propiedad de los españoles, se equivocaron de pleno: al contrario, su propósito es el de restaurar semejantes pilares y, en todo caso, retirarles algo de peso para lograr un equilibrio que maximice el tamaño del Estado y que sea sostenible.
Por eso no le ha temblando en absoluto el pulso a la hora de subir impuestos hasta colocarlos al nivel más alto de Europa y por eso se ha mostrado tan timorato y cauto a la hora de recortar el gasto de la administración central, de la autonómica y del tejido empresarial público. Porque con las cosas de comer no se juega; en todo caso, se parasita la comida de los demás para mantener el mórbido engorde propio.
Sin embargo, pese al descontento generalizado, una parte nada desdeñable de los españoles se creía las excusas de Rajoy: “hay que llegar sea como sea al 4,4% de déficit, aun a costa de duros sacrificios como éste”. Mayúscula habrá sido su sorpresa cuando varios miembros del Ejecutivo popular –muy especialmente el ministro del ramo, Cristóbal Montoro, pero también el presidente de la Comisión de Hacienda en el Congreso, Gabriel Elorriaga– han comenzado a desmarcarse asegurando que será muy complicado llegar al 4,4% en este año de recesión y que hay que renegociar el objetivo con Bruselas. Oh sorpresa, el PP comprando la promesa estrella de Rubalcaba durante la campaña electoral: plantarse ante la Merkel a fin de exigirle una laxitud todavía mayor en el lentísimo saneamiento de nuestro presupuesto. Para que luego hablen de pensamiento único: esto, la izquierda, el socialismo, el keynesianismo, el intervencionismo gubernamental, sí es el auténtico pensamiento único.
Pero a lo que íbamos: estamos a principios de 2012, sabemos que vamos a atravesar una recesión muy dura y conocemos cuáles son los niveles de ingresos y gastos a cierre de 2011. ¿Cuál es entonces el problema para llegar al 4,4% de déficit?
Desde el PP se nos dice que el nuevo escenario de recesión modifica completamente el panorama, que con el hundimiento de nuestra economía en ciernes no hay manera de que lleguemos al 4,4%. ¿Y por qué? Pues sólo hay una explicación posible: como evidentemente la recesión va a provocar una intensa caída de los ingresos fiscales, los del PP se niegan a aplicar desde ya mismo el programa que deberían haber ejecutado desde el primer día y que sí habría garantizado (y podría garantizar todavía hoy) el ajuste presupuestario, a saber, recorte masivo del gasto público. Es verdad que los ingresos fiscales son muy difícilmente controlables y que, por ese lado, la cuadratura de las cuentas públicas se antoja cuando menos incierta. Pero no es menos cierto que el lado de los gastos sí depende, en su práctica totalidad, de las decisiones discrecionales que adopten las distintas administraciones españolas. Esto es especialmente cierto en el caso del Gobierno central, cuyos presupuestos para 2012… ¡todavía no han sido aprobados! Estando en el mes de enero de 2012, ¿cuál es el insalvable obstáculo que nos impide reducir el gasto público tanto como sería necesario para llegar al déficit del 4,4% sobre el PIB?
Por supuesto, parte de la explicación ya ha sido apuntada: los del actual PP son unos socialdemócratas dizque conservadores que apuestan por el Gran Gobierno y que desconfían de la iniciativa privada. Resulta ideológicamente inadmisible –como se lo resultaba a Zapatero– reducir demasiado el tamaño del sector público. Pero, me temo, esto sólo es parte de la historia.
La otra, tanto peor, es que esté Ejecutivo está lleno de keynesianos –como también lo estaba, qué cosas, el de Zapatero–. Su idea es simple: estamos en recesión y, por tanto, no podemos permitirnos reducir el gasto público demasiado, pues en caso contrario la crisis tendrá una envergadura mucho mayor. Vamos, que dejar de endeudarnos a tipos de interés que, pese a haberse moderado en los últimos días, no nos podemos permitir es un peligro para nuestro bienestar económico porque a corto plazo muchos clientes del Estado que pastaban en el presupuesto público verán sus ingresos desaparecer. Eso sí, por lo visto arrebatarles a los ciudadanos con mucha más saña la riqueza que apenas son capaces de seguir generando a pesar del Gobierno es una política indispensable que en absoluto agrava la recesión o que, en todo caso, lo hace en menor medida que el recorte de gastos improductivos…
La impostura es innegable. El pésimo arranque del PP se está confirmando día a día con unos lamentables mensajes que indican una absoluta desorientación en materia económica. En realidad, a lo que juegan Rajoy y los suyos no es a poner en orden las finanzas de nuestro país de modo que los ahorradores nacionales y extranjeros puedan a volver a confiar en nosotros, sino a cumplir los deberes que ha marcado Bruselas y cuya lógica se les escapa pero que saben indispensables para que Europa nos “eche una mano”.
De ahí que conforme van viendo que la tarea requiere cada vez de mayores esfuerzos, pidan renegociar el contenido específico de esos deberes. Se piensan que se trata de una negociación política, cuando es un plan económico estabilizar nuestras finanzas, para ser capaces de permanecer en el euro y para no provocar una desbandada del capital invertido n nuestro país. De ahí, también, que exijan abiertamente que se nos recompense no ya cuando hayamos alcanzado los resultados esperados, sino desde ya mismo por el simple hecho de ser probos y ponerlo todo de nuestra parte.
Con tal de no reducir a fondo el gasto y desmontar este infinanciable modelo de Estado, los del PP se lo están jugando todo a conseguir un rescate encubierto de Bruselas –Eurobonos o monetización de deuda por el BCE– que permita continuar sufragando la fiesta estatista a costa del contribuyente alemán (y español, claro), al menos hasta que nuestra economía se recupere. Un liberticida envite que tiene toda la pinta de fracasar, pues ni Alemania parece estar por la labor de pagar nuestras facturas, ni está claro que nosotros podamos recuperarnos de manera sana sin antes haber saneado en profundidad nuestros estructurales desequilibrios presupuestarios. Pero, desde luego, ese órdago era la única táctica que podía jugar la casta socialdemócrata española para tratar de sobrevivir. Y Rajoy, como no podía ser de otra forma vistas sus afinidades ideológicas, no ha dudado en recoger el guante en claro perjuicio de la prosperidad no sólo de España sino también de toda Europa.
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